Una de las imágenes turísticas
más difundidas de Mallorca es la de la torre de Es Verger, en Banyalbufar, más
conocida con el nombre, aunque incorrecto, de "torre de Ses Ànimes",
y a la que los vecinos de Banyalbufar llaman, simplemente, "Sa
Torreta".
Esta torre formaba parte de un
completo sistema de vigilancia que seguía todo el perímetro de Mallorca y que
permitía dar aviso a toda la isla si había algún peligro que llegara por mar.
La mayoría de las torres datan
del siglo XVI, pero antes de que se construyeran ya existía una red de guardias
y escuchas. Las guardias eran las vigilancias diurnas, eminentemente visuales,
mientras que las escuchas eran las guardias nocturnas, en las que los
vigilantes tenían que agudizar el oído para oír cualquier ruido que pudiera
delatar la llegada de un barco: el golpeo de unos remos en el agua, el ondeo de
una vela, la voz de los marineros…
Estas guardias se hacían en
lugares elevados de la costa, con buena visibilidad de un tramo del litoral y
en puntos estratégicos que permitieran estar en contacto visual con la guardia
vecina.
La labor de estos guardias era
avisar de la llegada de barcos enemigos, piratas y cosarios berberiscos
mayoritariamente, pero también de embarcaciones que pudieran introducir en
Mallorca algún tipo de enfermedad contagiosa.
Con frecuencia, los encargados de
las guardias no acudían a vigilar y preferían hacer jornales en las possessions
vecinas
Las torres hacían señales de humo
durante el día y de fuego durante la noche
En el siglo XVI, los ataques
piratas a las poblaciones costeras vivieron su momento más álgido. La
documentación histórica sobre estos ataques en pueblos como Andratx,
Estellencs, Banyalbufar, el Port des Canonge, Valldemossa, Deià, Sóller y
Pollença es abundante.
Por ello, se decidió mejorar el
sistema de vigilancia y se empezó por edificar torres fortificadas y armadas en
la mayoría de los puntos donde ya existían las guardias.
Don Joan Binimelis, personaje
polifacético que reunía las facetas de médico, historiador, astrónomo y
sacerdote, fue el impulsor de la edificación de las torres y organizó un
sistema de señales, de humo durante el día y de fuego por la noche. Este código
de señales permitía avisar a las torres vecinas, las cuales, torre a torre, hacían
llegar la información hasta la Almudaina.
La historiografía también nos ha
dejado numerosos testimonios de conflictos y problemas que surgían a raíz del
cumplimiento de las guardias, que debían hacer no solo los habitantes de los
pueblos costeros sino también los de los pueblos vecinos y no tan vecinos. En
Banyalbufar y Estellencs, por ejemplo, se tenían que hacer guardias, o por lo
menos pagarlas, como hacían los vecinos de los pueblos de Esporles y de
Puigpunyent, pero también los de Santa Maria, Santa Eugènia y Algaida.
Con frecuencia, los encargados de
la vigilancia no acudían a su lugar. No debemos olvidar que la pérdida del
jornal de un día de trabajo en el campo podía significar que no comiera una
familia.
La profesionalización de los
torreros fue una solución temporal, porque con el tiempo lo que hacían era
aprovechar las largas estancias en la torre para dedicarse a hacer jornales en
las possessions vecinas o a hacer tareas para complementar el sueldo.
En el siglo XVIII se publicaron
las Ordenanses de les torres de foch del Recna, un documento que establecía,
entre muchos otros puntos, las obligaciones de los torreros, la prohibición de
abandonar la torre y toda una serie de normas que asegurasen el trabajo de
vigilancia costera.
La conquista del norte de África
por parte de Francia en la década de los treinta del siglo XIX acabó
definitivamente con el corsarismo barbaresco y las torres empezaron a caer en
desuso, aunque ocasionalmente se utilizaron para vigilar el contrabando y
también durante las dos guerras mundiales y la Guerra Civil española.
En la costa de la Serra de
Tramuntana quedan ahora toda una serie de torres, algunas fortificadas y otras
simples atalayas de observación. Desde la torre de cala En Basset hasta la
atalaya de Albercutx en Pollença encontramos unas veinte construcciones que
constituyen un patrimonio de valor incalculable, tanto histórico como
arquitectónico o etnológico.
Torres como la torre Picada de
Sóller, de Na Seca, de Tuent, la torre Nova o la ya mencionada de Es Verger son
testimonios de una época pasada que vivieron los abuelos de nuestros abuelos.
Que estas torres tengan ahora una nueva vida depende de nosotros, de nuestra
inquietud hacia el patrimonio histórico y de nuestra sensibilidad para ver
verdaderos monumentos en lugar de simples montones de piedras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario