Es uno de los circos mejor conservados
del Imperio y, también, uno de los más grandiosos. Sus dimensiones lo
certifican, cuatrocientos tres metros de largo por noventa y seis y
medio de anchura, al igual que su cabida, que pudo ser de hasta treinta
mil espectadores. Edificado en tiempo de la dinastía Julio-Claudia tuvo
varias ampliaciones y restauraciones, siendo la última constatada del
siglo IV d.C. Lo que demuestra que este espectáculo aún tenía una masa
ferviente entre los habitantes de la ciudad y sus alrededores en un
momento tan tardío.
Se construyó fuera de las murallas de la
ciudad, junto a la calzada a Toledo y Córdoba, aprovechando la suave
pendiente que el cerro de San Albín presenta antes de llegar a orillas
del Albarregas. Forma un valle artificial drenado por atarjeas que, en
la antigüedad, evitaban que éste se inundase.
Su planta es la de
un rectángulo uno de cuyos extremos, el sudoriental, concluye en
semicírculo. En el se ubicaba la puerta por la que salían los aurigas
vencedores (porta pompae). El extremo noroccidental, el más cercano al
centro de interpretación de este monumento, era rectilíneo, con los
ángulos redondeados. En él se ubicaban las jaulas de salida de los
carros (carceres).
Los lados longitudinales estaban ocupados por
las gradas, que debieron de estructurarse de igual manera que las del
Teatro. Un podio separaba a éstas de la arena. En el eje de uno de esos
lados se ubicaba la tribuna, desde donde disfrutaba del espectáculo su
patrocinador; en el mismo sitio, pero en lado opuesto, se encontraba la
tribuna de los jueces.
La arena estaba longitudinalmente
recorrida en su centro por un muro sobreelevado, la spina. Los grandes
huecos que podemos observar nos recuerdan que la spina del circo
emeritense estuvo decorada con obeliscos y estatuas colosales.
domingo, 31 de octubre de 2021
Circo Romano. Mérida. Badajoz. Extremadura.
Basílica de Santa Eulalia y Cripta. Mérida. Badajoz. Extremadura.
Eulalia fue una niña emeritense
martirizada en la ciudad durante las persecuciones ordenadas por el
emperador Diocleciano entre el 303 y 305 d.C.
Con posterioridad
fueron varios los poetas que ensalzaron a la Mártir, entre ellos
Prudencio en su poemario “de las Coronas” o Peristephanon , del siglo IV
o, en el siglo siguiente, el obispo local Hidacio. El túmulo que se
hizo para recordar la memoria de Eulalia nos los describe Gregorio de
Tours en su Libro en honor de los Mártires, ya en el siglo VI. Por
último, una obra del siglo VII, Vidas y los Milagros de los Santos
Padres de Mérida atribuida a un diácono llamado Paulo, es la que mejor
refleja la devoción que desde los albores de la Edad Media tienen los
emeritenses por su Patrona y, sobre todo, describe más fidedignamente el
poder del obispado emeritense y la fastuosidad de sus edificios.. Es
más, buena parte de lo descrito en ese libro (la basílica y la escuela
de niños y el monasterio unidos a ella), cuyas ruinas subyacen bajo el
templo románico tardío que admiramos, ha sido confirmado por los
hallazgos que proporcionaron las excavaciones arqueológicas realizadas
entre 1990 y 1992.
Antes de erigirse aquí un cementerio
cristiano a fines del siglo III, este espacio estuvo ocupado por una
serie de mansiones suburbanas, de las que quedan restos, como es el caso
una pileta con todo el utillaje de tocador. La presencia del monumento
en honor a Eulalia, cuyos cimientos podemos ver hoy bajo la cabecera de
la basílica, acarreó que los cristianos quisieran enterrarse cerca de
ésta hasta bien entrado el siglo XIX. Por eso las estructuras que vemos
en la cripta presentan ese aspecto tan caótico. Añadamos a todo ello
que, en el siglo IX, los árabes construyeron aquí norias y otras
instalaciones agropecuarias, lo que demuestra que, para entonces, la
basílica estaba en ruinas. Sin embargo, buena parte de la cabecera de la
iglesia del siglo XIII es visigoda. Por el contrario, sólo se conservan
los cimientos de sus tres grandes naves y de las dos torres que
flanqueaban la cabecera del templo.
Aquí podemos observar un
muestrario de sepulturas de épocas bien distintas. Así mausoleos
tardoromanos de considerables dimensiones, como el que está redecorado
con pinturas del siglo XVI que representan estaciones del Calvario, a
San Juan, Santa Ana y San Martín. O el sepulcro sellado por un mosaico
en el que se representaba al difunto de pié entre cortinajes. Sepulcros
de época visigoda sellados con una losa sepulcral de mármol, como el del
ilustre varón Gregorio, luego reutilizado para enterrar a Eleuterio y a
Perpetua. Criptas funerarias como la de los obispos…así hasta llegar a
tumbas de egregias familias locales del siglo XVI y XVII, como la de los
Moscoso o los Mejía.
Al lado de la basílica de sitúa 'El
Humilladero', un pedestal de mármol levantado sobre un graderío y en el
que, a su vez, se apoya una columna que remata en una cruz. Realizado
con limosnas del pueblo, simboliza la columna en la que la Mártir fue
azotada durante su martirio e indicaba el lugar de los hechos.
HORNITO
En
el acceso al atrio de la Basílica de Santa Eulalia vemos un edificio de
reducidas dimensiones, se trata de un oratorio dedicado a Eulalia,
conocido popularmente como “El Hornito”. Su pórtico está realizado con
piezas de mármol extraídas a principios del siglo XVII de un lugar
indeterminado de la ciudad. Todas ellas pertenecieron al Templo que la
colonia Romana dedicó al Dios Marte.
Una inscripción en la zona
frontal, que en origen fue de letras de bronce doradas, nos recuerda que
el templo lo costeó Vetilla, mujer de Páculo. Si nos fijamos en la
decoración de alguna de estas piezas arquitectónicas, quedaremos
impresionados por la minuciosidad con la que fue esculpido un abigarrado
conjunto de trofeos de guerra (corazas, cimeras, ruedas de carros,
espadas…). Estos relieves, por su estilo, parecen haber sido ejecutados
hacia la segunda mitad del siglo II d.C.
sábado, 30 de octubre de 2021
Alcazaba árabe. Mérida. Badajoz. Extremadura.
Todo el perímetro de esta extensa alcazaba estaba rodeado por un gran foso, salvo el lateral que da al Guadiana. A tramos se van distribuyendo 25 torres macizas embutidas en la propia muralla. Las torres albarranas, es decir, que se alzan separadas del cuerpo principal de la fortaleza, se erigieron con posterioridad por la Orden de Santiago.
Sus muros, de 2,70 metros de anchura, nos muestran unos paramentos hechos a base de sillares y otros materiales reutilizados de épocas precedentes. El núcleo de estos muros es de cascajo, tierra y piezas de granito.
Accedemos a este conjunto a través de una brecha, antaño ocupada por un lienzo de muralla con una puerta de acceso y sendas torres flanqueándola. Era el cierre de un fortín de planta cuadrada en cuyo lienzo oriental se abre la puerta que da acceso a la ciudad y en el meridional la puerta de ingreso al recinto de la alcazaba. Sobre esta puerta se puede ver una réplica de la inscripción cúfica en la que consta la fecha de conclusión de este recinto.
En el patio de este fortín podemos ver restos arqueológicos de época romana: la calzada principal de la ciudad así como los cimientos de la muralla y de una puerta monumental con dos vanos y dos torres. Por cierto, se trata de la puerta que, desde hace siglos, es el blasón de esta ciudad en base a las representaciónes que, de ésta, se hicieron en algunas emisiones monetales de Augusta Emerita.
En el interior destaca la presencia de un aljibe, ejemplar único de la arqueología peninsular, ejecutado con piezas de arquitectura decorativa romanas y visigodas. Sobre éste se ubicó una mezquita, de la que se conserva su planta, luego convertida en iglesia. No se conserva el que fuera tercer piso de este conjunto, en el que quizá se ubicara una torre de señales.
Otras áreas excavadas de la fortaleza nos muestran restos previos a su construcción: un tramo perfectamente conservado de una calle romana, la misma que se prolonga en la Zona Arqueológica de Morerías. A esta calle da una vivienda romana urbana en la que se aprecian múltiples reformas. Por último, podemos ver un tramo de la muralla romana fundacional, a la que, como en el caso de la Zona Arqueológica de Morerías, se adosa un potente refuerzo de piezas de granito reutilizadas, refuerzo que parece obra ya del siglo V d.C.
TORRE DEL ALJIBE.
Este edificio se construyó en el siglo IX, al mismo tiempo que la Alcazaba. Para construir este edificio, los musulmanes reutilizaron materiales de otras épocas.
Su origen fue una torre con tres plantas que cumplía funciones tanto militares como religiosas. En ese momento fue torre de comunicaciones, mezquita y, en su sótano, albergaba un aljibe para recoger agua. Su ubicación en esta zona permitía que el agua del río se filtrase bajo el dique romano, a través de las gravas del fondo, para acabar almacenada en una cisterna.
Hoy conservamos la planta baja, un gran vestíbulo que da acceso al aljibe subterráneo.
A través de este gran vestíbulo, con dos puertas opuestas y una escalera doble, se accedía a un aljibe donde las tropas se abastecían de agua. Para ello, utilizaban animales de carga, según se deduce de la forma de los escalones dispuestos casi en rampa.
Las excavaciones más recientes pusieron al descubierto una escalera de época andalusí. Por ella se realizaba el acceso, de forma lateral, a los pisos superiores de la torre. Varios documentos del siglo XIV refieren la existencia de una mezquita en este lugar. Su existencia se confirma en grabados como el del escritor Laborde, del siglo XVI.
En la planta intermedia fue donde se ubicó una mezquita para cumplir los preceptos religiosos.
En el exterior de la torre encontramos una concha de mármol colocada en un saliente del muro. Así se recordaba a los fieles musulmanes la obligación de rezar orientados hacia la Meca.
Destacan las pilastras de mármol decoradas con motivos vegetales que, posiblemente, pertenecieron a un hospital de época visigoda.
El piso superior del edificio sirvió como torre de comunicaciones con otros recintos militares.
Puente Romano de Mérida. Badajoz. Extremadura.
El nombre en época romana del río que vemos era el de Anas, al que se le añadió posteriormente el prefijo árabe Guad, que significa río. Pues bien, este río tiene un puente, o “la puente”, como decían los antiguos, uno de los más largos de la antigüedad. Es la obra que da sentido a la existencia de esta ciudad y, por su valor estratégico, un elemento crucial para el comercio y para todas las guerras que han tenido como escenario al occidente de la península.
El puente, obra de tiempos de la fundación de la Colonia, está construido en su integridad de hormigón forrado de sillares de granito, está hoy compuesto por sesenta arcos de medio punto, tiene casi ochocientos metros de largo y doce metros de alto en los puntos más elevados. Los robustos pilares sobre los que se asientan estos arcos presentan tajamares redondeados aguas arriba en aquellos tramos que podían ser más castigados por la corriente. Además, las pilas de estos tramos están perforadas con arquillos a modo de aliviaderos, con el fin de reducir la resistencia a la corriente de una obra tan robusta como es la de este puente.
Hoy se nos muestra como una obra unitaria. Las batallas y las fuertes avenidas del Guadiana dieron al traste con alguno de sus tramos, constando restauraciones desde época visigoda hasta el siglo XIX, aunque las reconstrucción más importante es la llevada a cabo en el siglo XVII, en la cual se le añadieron cinco arcos en su tramo central y sendos descendederos que nos permiten acceder a la Isla. Sin embargo, en su estado original, estaba constituido en realidad por dos puentes, unidos en la Isla por un gigantesco tajamar que, a modo de cuña colosal, partía la corriente del Guadiana en dos. El tamaño de este tajamar era tal que, sobre él, se celebraba en tiempos de la Colonia romana un mercado de ganados.