martes, 20 de julio de 2021

Parador de Cardona. Castillo de Cardona. Barcelona. Cataluña.

Una plaza estratégica.


La fijación del hábitat en la montaña del castillo no se puede desvincular de la existencia de la sal, dado su valor econó­mico. La altura de esta cota y el dominio visual que se tiene desde la misma, han hecho que ésta haya tenido un importan­te interés estratégico en el momento de custodiar los yacimientos y los valles de la cuenca del río Cardener con los caminos por donde se hacía el transporte de la sal. El castillo de Cardona se situa sobre una montaña cónica a 585 m. sobre el nivel del mar. Por los frentes norte y este, sus vertientes están rodeadas por la anti­gua glera del río Cardener, que discurría a unos 185 m. por debajo de la fortaleza. Mientras por los frentes sur y oeste domi­naba el valle, en cuyo fondo se encontraban los yacimientos salinos.

La presencia de estos afloramientos se debe a las sales que se sedimentaron ya hace unos cincuenta millones de años, cuando el mar interior, existente enton­ces entre los Pirineos y la cordillera Ibé­rica, se desecaba porque la gran cantidad de agua evaporada superaba a la recibida. De la sobresaturación de las sales y su posterior sedimentación resultaron los importantes depósitos de materiales que van de forma paralela a los Pirineos, des­de el norte de Barcelona hasta Navarra pasando por Aragón. La particular disposición tectónica que se da en Cardona ha permitido que la sal, sometida a grandes presiones, aflore en forma de diapirismo. Fenómeno geológico éste que se identifi­ca con la Montaña de Sal.
 
 


El castillo, monumento nacional.



La obra científica y divulgadora de Josep Puig i Cadafalch sobre el arte me­dieval y el primer románico catalán, iden­tificado en la arquitectura de la iglesia de Sant Vicerç de Cardona, impulsaron a la Diputación de Barcelona y al jefe del Ser­vicio de Conservación de Monumentos, el arquitecto Jeroni Martorell i Terrats, a estudiar las obras a realizar con tal de rehabilitar la arquitectura medieval del castillo. Pocos años después, con fecha del 14 de abril de 1931, la iglesia era declarada monumento nacional, dentro de la extensa serie de edificios nombrados en todo el país por la II República. Poste­riormente, el 22 de abril de 1949, el gobierno de Madrid declaraba monu­mento nacional al recinto fortificado del castillo, a la vez que la Direcció General de Belles Arts encargaba al arquitecto Alexandre Ferrant y Vázquez el proyecto que llevaría a la recuperación de la arqui­tectura románica en la iglesia de Sant Vicenç.

Actualmente la custodia del conjunto corresponde a la Generalitat de Catalu­nya, a través del Museo de Historia de Cataluña.


El Parador Duque de Cardona.


En el año 1969, el entonces ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, visitó el recinto del castillo y se acordó obrar las dependencias de la caser­na militar con el objetivo de recuperar los antiguos pabellones medievales y rehabili­tarlos como Parador. El 1970, este minis­terio encargaba al arquitecto Ignacio Gá­rate la redacción del proyecto, el cual fue aprobado en 1972 por el Consejo de Mi­nistros. Las obras se iniciaron aquel mis­mo año y acabaron a mediados de 1975, abriendo sus puertas en febrero de 1976.

Las defensas del castillo.


La figura del castillo es un cuadrilátero irregular, cuyos lados mayores son los frentes norte y sur con 418 m. de longitud, con dos recintos, el soberano o supe­rior y el inferior, dispuestos a manera de anfiteatro desde la cima de la montaña hasta media vertiente. La superficie del total del conjunto es de unos 62.000 m2.

El recinto soberano: mitad castillo, mitad monasterio.


El recinto soberano está formado por los elementos correspondientes al castillo medieval y a la canónica-colegiata de Sant Vicenç, rehabilitadas primero para el uso de la guarnición militar establecida en la fortaleza y después para las instalaciones del Parador. La estructuración de ambos espacios, el castillo y el conventual, res­ponde a la donación de la mitad de la montaña del castillo hecha, en 1040, por el señor de Cardona debido a la solemne consagración de la iglesia de Sant Vicenç. Desde entonces, la montaña ha permanecido dividida mitad por mitad (unos 75 m. por banda), correspondiéndose la parte oriental al claustro conventual, mientras que la parte occidental era el castillo.

EL CASTILLO MEDIEVAL.


Historia.


Los orígenes: una fortaleza ibérica.


Aunque se ha hablado de una posible explotación de los yacimientos salinos ya en pleno neolítico (3500-2500 a.C.), la ocupación humana de la montaña donde se eleva el castillo no se produciría hasta el siglo III a.C., con un posible oppidum o fortaleza. Su existencia nos viene testimo­niada por los diversos materiales de cerá­mica de época ibérica y de importación itálica aparecidos en su vertiente meridio­nal (siglos III - I a.C.). El terreno abrupto que rodeaba su cima permitiría una fácil defensa de la posición con un recinto for­tificado que permitiese acoger a la pobla­ción vecina en caso de peligro y asegurar, a la vez, su dominio frente a posibles ata­ques de cualquier enemigo.

La ocupación romana.


Bajo la dominación romana, en los períodos alto y bajo imperial, se llevó a cabo un desplazamiento del núcleo de población hacia el área de los yacimientos salinos. La explotación de la sal concen­traría a su alrededor el hábitat principal, mientras que la fortaleza de la cima per­manecería deshabitada y sólo sería ocupa­da en períodos donde era necesario recorrer a su defensa. Así lo parece indicar la ausencia en la montaña del castillo de materiales arqueológicos propios de este período en contraposición a las ruinas localizadas cerca de las salinas y a los tes­timonios de autores literarios. En el siglo II de nuestra era, Aulus Gelio citaba la referencia aportada por Marco Porcio Catón (234-149 a.C.) sobre las minas pirenaicas y de una "gran montaña de sal pura que crece a medida que se va extrayen­do", fácilmente identificable con la Mon­taña de Sal. En el s. V, Sicionio Apolinar aún hablaba de las minas cercanas a la Tarragona imperial y de cómo su mineral se transportaba ocasionalmente a la Galia.

Un castillo de la frontera con al-Andalus.

La antigua fortaleza fue ocupada alre­dedor del año 798, cuando las fuerzas de Carlomagno avanzaron hacia el sur desde los Pirineos y conquistaron la franja de territorio que se llamaría la Marca Hispa­nica o frontera con la Hispania entonces ocupada por los musulmanes. El llamado castrum Cardonam estuvo bajo el dominio de la casa condal de Barcelona-Urgell al restablecerse el control de la zona, una vez superada la revuelta autóctona de Aysun (años 826-827). El interés geopolí­tico del castillo como puerta de paso de la frontera con al-Andalus hizo que los con­des tuvieran un especial cuidado de Car­dona con la concesión de dos cartas de franquicias. La primera fue librada, entre los años 872-878, por el conde Wifredo I. Y la segunda, el 23 de octubre de 986, por el conde Borrell II, siendo uno de los documentos jurídicos más importantes de la época.

Fue justo en esta última carta cuando el conde de Barcelona, con el objetivo de controlar la tarea repobladora de la fron­tera y asegurar su defensa, confió el casti­llo a un personaje de su entorno más cer­cano, el vizconde Ermemir, hijo de la familia vizcondal de Osona, que de esta manera se convertían en los señores de Cardona. En el transcurso de la primera mitad del siglo XI, los sucesores de Ermemir elegirían este castillo como cen­tro residencial donde llevar a cabo las tareas de control y administración de la frontera. La progresiva desvinculación respecto a sus orígenes hicieron que pronto los miembros del linaje vizcondal dejaran de intitularse como vizcondes de Osona para hacerlo como vizcondes de Cardona. Desde entonces, y por un espa­cio de más de seiscientos años, la historia de Cardona y su castillo fue paralela a las vicisitudes de esta familia.


Los Cardona, los ricos señores de la sal.


La proximidad de los vizcondes de Car­dona sobre la corte de Barcelona, así como la ayuda dada a la casa condal en el curso de las tensiones internas vividas a lo largo de la segunda mitad del siglo XI, fueron correspondidas a principios del si­glo XII con la cesión por parte de los con­des de Barcelona de todos sus derechos de la sal de Cardona. Las ganancias que la sal reportaba a los vizcondes se tradujeron en una ilimitada capacidad económica para poder ampliar sus dominios territoriales y, por extensión, en la posibilidad de in­fluencia política como acreedores de los condes-reyes Ramón Berenguer IV, Al­fonso I y Jaime I. No nos tiene que extra­ñar, entonces, que en la segunda mitad de la decimotercera centuria el trovador Cer­verí de Girona (a. 1259- d. 1285) calificaba al vizconde de Cardona como "el señor de la sal". El castillo de Cardona dejaba de ser una antigua fortaleza andalusí y se conver­tiría en el núcleo residencial del que sería uno de los linajes nobiliarios más impor­tantes de Cataluña. Como tal, fue el epi­centro del extenso dominio territorial que los miembros de la familia conseguirían reunir justo en el centro de Cataluña.

Su capacidad de influencia abarcaba todos los ámbitos de poder de la Cataluña medieval, ya fuera como grandes maes­tros del Templo, como consejeros del rey y como almirantes. Al mismo tiempo, practicaban una cuidada política matri­monial que les llevaría a emparentarse en numerosas ocasiones con la casa condal­ real de Barcelona-Aragón y con los prin­cipales linajes nobiliarios del reino. La proyección política de la familia conse­guiría una nueva meta en 1375, en tiem­pos del vizconde Rugo II (1328-1400), cuando el rey Pedro III el Ceremonioso ensalzó el título vizcondal a condal.

Con el advenimiento de los Trastáma­ra continuaron practicando el principio de obediencia a la casa real, siendo acreedo­res y hombres de confianza de la nueva dinastía. Esta política de fidelidad les lle­varía a ser partidarios de Juan II en la Guerra Civil catalana (1462-1472), en cu­yo transcurso recibirían la condestablía o comandancia suprema del ejército real. Fidelidad ésta que les fue reconocida el año 1491, en tiempos del conde Juan Ramón Fole IV (1446-1513), cuando el rey Fernando II el Católico enalteció el título condal de Cardona en ducal, una dignidad reservada sólo para los infantes de la casa real, al mismo tiempo que les dio el marquesado de Pallars.


Los duques de Cardona, reyes sin corona.


Al llegar el final de la edad media, los duques de Cardona fueron, juntamente con los de Monteada, los puntales de la nobleza catalana. La proyección de la familia ducal se reafirmó a lo largo del siglo XVI, circunstancia ésta que signifi­có su integración en el aparato estatal de la monarquía hispánica. En el curso del reinado de Carlos I, fueron los hombres de confianza del emperador en sus estan­cias en la ciudad de Barcelona, recibiendo la orden del Toisón de Oro (año 1519) y la distinción de grande de España de pri­mera clase (año 1520). Asimismo, con el matrimonio acordado en el año 1.516, entre Alfonso de Aragón, duque de Sogorb y conde de Ampurias, y Juana, hija del duque Fernando I de Cardona, se unían las dos máximas casas nobiliarias catalanas, a la vez que el linaje de los Car­dona era la sexta vez que se entroncaba con la casa real de Barcelona-Aragón, además de los de Castilla, Portugal, Sici­lia y Nápoles. Así pues, no nos tiene que extrañar que se tachara el duque de Car­dona como "rey sin corona".

La visita al castillo medieval.


La torre Maestra, llamada de la "Minyona".

Empezaremos nuestra visita por el ele­mento más emblemático, la torre Maestra llamada de la "Minyona", situada en la cota más alta de la montaña del castillo. Su estructura original es una torre cilín­drica de planta circular, ataludada en su base, de unos 10,5 m. de diámetro por 25 de altura, que se identifica con los primi­tivos castillos de planta circular construidos en el siglo XI y de los cuales tenemos varios ejemplos en los alrededores de Car­dona, como en Fals y Coaner, en la misma comarca del Bages. Nos encontramos, entonces, ante una de las construcciones más antiguas del recinto medieval del cas­tillo, sin descartar que su existencia obe­dezca a estructuras anteriores en corres­pondencia con la ocupación humana de la colina del castillo en época antigua.

Su altura convertía esta torre en la mejor referencia de tiro para la artillería moderna en caso de estado de ataque. Por este motivo, debido a las obras de fortifi­cación de los años 1794-1795, los inge­nieros militares aconsejaron derribar su cuerpo a la mitad y cubrirla con el objeti­vo de servir de polvorín para las próximas baterías. Pero dicho derribo no se hizo efectivo hasta el año 1810, cuando se lle­vó a cabo con el objetivo de montar una pieza de artillería en su parte superior, desapareciendo así las almenas que rema­taban su cuerpo y quedando así una altu­ra de sólo 12,5 m.

El acceso a la parte superior de la to­rre se realiza por una escalera de obra, del año 1829, construida por los militares en sustitución de una anterior de madera. Después del primer tramo de peldaños, se encuentra el rellano con la entrada que lleva al interior de la torre, el cual ha teni­do diferentes usos en el transcurso del tiempo: como prisión del castillo medie­val; como polvorín y después de nuevo como calabozo de la caserna militar (la falta de ventilación comportó que hubie­ra algún que otro muerto entre los presos allí encerrados, que eran una media de 1O mensuales); y como depósito de agua durante la Guerra Civil.

Desde aquí, y después de otros tres tra­mos de peldaños, accederemos a la parte superior de la torre, desde donde se dis­fruta de un amplio campo visual de las cordilleras de los Pirineos y sobre las comarcas de la Cataluña central. En la edad media, esta visibilidad permitiría, ya no tan sólo el control directo de los yaci­mientos salinos, sino también posibilita­ría el dominio efectivo de los términos limítrofes a Cardona sujetos a la jurisdic­ción de los vizcondes y, por extensión, de toda la cuenca mediana del Cardener, mediante una amplia red de vigías dis­puestas alrededor de las principales vías de comunicación y otros parajes estraté­gicos. Se entiende que este tipo de cons­trucciones obedecían a una lógica defen­siva y que su función era, desde aquí, poder alertar con tiempo suficiente a los habitantes ante las posibles incursiones enemigas para que éstos pudieran buscar refugio en las murallas del castillo.

A los pies de la torre, entre ésta y los pabellones del Parador, se define un patio de unos 25 metros de largo por 15 de ancho que se corresponde con la plaza de armas, en cuyo en torno se abrían las estancias de las alas de poniente del pala­cio residencial de los señores, hoy día rehabilitadas e integradas dentro del complejo hotelero como cafetería y otros salones. Justo en el medio del patio se encuentra el pozo de la primera cisterna de las tres que hay en el recinto soberano, con el objetivo de recoger y conservar potable el agua de lluvia.


La leyenda de la "Minyona".


La torre mayor del castillo debe su nombre a una leyenda que narra los amo­res de una de las hijas de los vizcondes, la "Minyona", con un caudillo musulmán. Esta historia se remonta al s. XVIII cuan­do ya encontrarnos nombrada la torre con este nombre. Existen dos tradiciones, recogidas por Víctor Balaguer y Jacint Vilardaga, con diferencias notables sobre los nombres de los protagonistas (ella Amaltrudis o Adelaida y él Abdal-là o al-Mandhir, señor de Tora o Malda, según la versión) y los hechos acontecidos, que comparten sólo la muerte trágica de la doncella después de haber sufrido prisión en la torre por sus padres y hermanos como castigo por sus amores. Esta histo­ria es una más de las leyendas del folklore catalán sobre doncellas y caballeros en relación a las torres de los castillos, que no son otra cosa que el testimonio de la cultura generada alrededor de un mundo de fronteras y de culturas contrapuestas.
 

El patio y la capilla de Sant Ramon.


Continuaremos nuestra visita por el patio de Sant Ramon que, con un espacio de 5,5 por 7,8 m., hace la función de compás de espera previo a la plaza de armas del que fue el palacio residencial de los señores de Cardona. Su nombre se debe a la capilla de Sant Ramon Nonat, situada justo después de entrar a mano derecha, cuyos orígenes se encuentran en la fundación hecha a finales de 1681 por la duquesa Catalina II de Aragón y de Cardona en una de las estancias del casti­llo, la cámara de Perot Call. Según la tradi­ción, ésta había sido la habitación donde Sant Ramon habría recibido la eucaristía en manos de Jesús, acompa­ñado de ánge­les vestidos de mercedarios, poco antes de morir en el año 1240.

La apariencia de la actual capilla no se corresponde con la fundación barroca, ya que ésta sufrió a partir de sus orígenes las vicisitudes de la caserna militar. Su planta moderna se debe a la reforma hecha en el año 1962, bajo la dirección del arquitecto Camil Pallàs. La capilla propiamente dicha se encuentra en la planta superior, con el antiguo retablo obrado en 1682 por el escultor manresano Pau Sunyer, con escenas de la vida del santo titular. Asimismo, el frontal del altar es del mismo año, con armas de la duquesa fundadora y su marido, las de Medinaceli-Cardona.


Sant Ramon Nonat.


La figura de Sant Ramon se mueve entre la realidad histórica y la leyenda. Su nombre se debe, según la tradición, a su condición de no nacido (no nat), ya que su nacimiento se produjo en el año 1904 en el lugar del Portell (la Segarra), cuando el vizconde de Cardona encontró el cuerpo de su madre, que llevaba dos o tres días muerta, y le practicó una incisión en su vientre llevando la criatura a la vida. Lo cierto es que sus orígenes se tienen que buscar en el entorno cercano a la casa viz­condal, en cuyo alrededor discurrió su vida como miembro de la Orden de la Merced. En Cardona, la onomástica de Sant Ramon (31 de agosto) es el motivo de la Fiesta Mayor del castillo.

La plaza de armas, llamada Patio Ducal.


El tercer elemento a visitar en nuestro recorrido es la plaza de armas principal del recinto del castillo, llamada moderna­mente Patio Ducal. El acceso al mismo se hace desde el compás de Sant Ramon a través de un firme y realzado arco ojival de unos 3,25 m. de luz, en cuyo soportal aún podemos observar las marcas de los picapedreros que dieron forma a sus dovelas. A partir de este arco se abre ante nosotros un amplio espacio rectangular de unos 20 m. de largo por 11 de ancho, definido en sus laterales del sur, este y norte por tres galerías de grandes arcadas, a excepción de la parte occidental, ante la cual se encuentra el pozo de la segunda cisterna de agua de las tres existentes en el recinto. Alrededor de esta plaza se organizan las actuales dependencias del Parador, algunas de las cuales se corres­ponden en planta baja con los antiguos pabellones de los señores. Tenemos que advertir que las instalaciones del comple­jo hotelero son de uso exclusivo de los clientes del parador .

El heterogéneo conjunto de galerías y salas que se articulan alrededor de esta plaza ponen de manifiesto la evolución llevada a cabo a lo largo de la edad media en la arquitectura del castillo. La torre­ castillo de la alta edad media se transfor­mó gradualmente en el conjunto residen­cial del período gótico, organizado alre­dedor de un patio central en forma de espacio distribuidor y con unos pabello­nes caracterizados por buscar un mayor confort en las estancias y por ser más pro­clives al lujo. Este palacio del castillo de Cardona (palatium castri Cardone) acogía la corte de la familia vizcondal, condal y ducal, integrada por las esposas de los cabezas de familia y sus hijos e hijas, con los hombres de confianza de los primeros (los domésticos o familiares) y ayudantes de las segundas, alrededor de los cuales se desplegaría un grupo de personas a su servicio, como mayordomos, camareros, criados y cocineros, escuderos, cornetas y otros. Testimonio de su fastuosidad es la existencia en tiempos del duque Fernan­do I (1375-1442) de un parque donde se criaban animales salvajes de manera semejante al de los reyes de Navarra en su castillo de Olite. La composición de esta plaza está determinada por la galería del ala norte y su arcada, bajo la cual se situaba la escali­nata que subía a la planta noble, ahora ocupada por las instalaciones del Parador. Aquí se encontraba una de las estancias más célebres del palacio, la desaparecida Sala Dorada, también llamada Sala Ver­de. Su nombre obedecía a la decoración existente y era utilizada por los señores para las audiencias públicas. La magnifi­cencia de las estancias de los señores se puede apreciar en la profusión de ele­mentos con un centenar de tapices con­feccionados con materiales como la lana, la seda y el oro, con medidas que podían hacer desde 14 m. de largo por 15 de ancho, donde se representaban diversas escenas de carácter mitológico y religio­so; catorce alfombras de 6,5 m. de largo por 2,5 de ancho; un gran número de lienzos, cortinajes, guardapuertas y tape­tes de tela de oro; camas con sus doseles con las armas de Cardona y de Aragón bordadas en oro; escudos con las mismas armas; y la vajilla de plata.


El rodaje de Orson Welles.


En octubre de 1964, el castillo de Ca r­dona fue el escenario escogido para aco ­ger el rodaje de la película Campanadas a medianoche. La estancia de Orson Welles y de su equipo tuvo un gran eco en los medios de comunicación nacionales. El resultado final, una de las mejores obras de su filmografía, significó que el castillo y la iglesia de Sant Vicenç fueran inmor­talizados en las imágenes en blanco y negro del séptimo arte.

LA CANÓNICA-COLEGIATA DE SANT VICENÇ.


Historia.


La fundación.


Para conocer los orígenes de este tem­plo tenemos que retroceder hasta el año 980, cuando la documentación testimo­nia, por primera vez, la existencia en el castillo de Cardona de una iglesia bajo la advocación de Sant Vicenç, Mártir que haría las funciones de capilla del castillo, a la vez que de iglesia parroquial, servida por una comunidad irregular de clérigos. A comienzos del siglo XI, el patrimonio de la iglesia y sus servidores fueron objeto de la codicia de los sucesores de Ermemir, de tal manera que, en el año 1O19, un sobrino suyo, el vizconde Bermon, la dotó de nuevo, a la vez que reorganizaba la comunidad de clérigos bajo la forma de una canónica regular. A la muerte del viz­conde Bermon, en el año 1029, los cimientos del edificio ya serían una reali­dad y la construcción continuaría bajo las figuras de sus hermanos y sucesores en el título vizcondal Folc I (┼ l039) y Eribau (┼ l040). Este último, como señor de Car­dona y obispo de Urgell desde 1035, pro­cedió a su consagración, con fecha de 23 de octubre de 1040, cuando la construc­ción del edificio estaría muy avanzada.

Desde entonces, esta iglesia acogió una comunidad de canónigos regulares, pri­mero bajo la regla de Aquisgrán y a partir de 1090 bajo la regla de San Agustín, sin una vinculación efectiva a la Congrega­ción de San Rufo de Aviñón. La vida comunitaria se mantuvo con más o menos esplendor, con un número variable de doce canónigos regentados por su supe­rior, el abad, hasta el año 1592, cuando, a semejanza de las otras canónicas catalanas, fue reformada en colegiata secular. Los canónigos continuaron ocupando las dependencias del recinto conventual has­ta que la progresiva conversión del viejo castillo medieval en una caserna compor­tó su desalojamiento. El golpe de gracia definitivo se produjo en el año 1794, cuando los militares forzaron a los canó­nigos a abandonar su iglesia, cuyo inte­rior se dividió en tres plantas para ser uti­lizadas como almacén de víveres y dormi­torios de los soldados.
 

 


La visita al recinto conventual.


El claustro.


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Continuaremos nuestra ruta por el claustro, situado entre el ala oriental del patio de armas y la fachada de poniente de la iglesia de Sant Vicenç. La estructura de intercolumnios son los restos del bello claustro gótico de planta rectangu­lar, de 10,5 m. de largo por 7,5 de ancho, construido en la primera mitad del siglo XIV, alrededor de 1330. Originalmente, presentaba cinco oberturas en sus lados mayores y tres en los menores, formadas por columnas de sección cuadrilobulada. Encima de los ábacos de los capiteles arrancaban los arcos ojivales de perfil moldeado que aguantaban los muros, sobre los cuales se apoyaba el envigado de las galerías laterales. Por encima de esta primera planta se dispondría una segunda planta o sobreclaustro; y en el centro, su impluvio con el pozo de la tercera cister­na del recinto soberano. Actualmente sólo queda el piso inferior con dos tramos enteros de arcadas góticas, aunque en muy mal estado y sin cubiertas. Su aspec­to actual se debe a diferentes intervencio­nes que han alterado negativamente el conjunto. Últimamente, el grave estado de conservación de la piedra de arenisca de los capiteles y otros elementos ha obli­gado a reemplazar a los originales por copias donde podemos observar su deco­ración con representaciones de tipo vege­tal, donde sobresalen los cardos de Car­dona, acompañados del ganado medieval y de ángeles tocando el cuerno.

El emplazamiento de la iglesia de Sant Vicenç, en el extremo oriental de la mon­taña del castillo, comportó la adaptación del conjunto claustral a las limitaciones de espacio inherentes a la tipografía del terreno. Por esta razón, este claustro se situa en la fachada occidental del templo y no en su lateral, en una relación forzada y poco acertada. A su alrededor se organiza­ban las estancias conventuales. En el lado norte, aún podemos observar el portal adovelado que daría entrada al refectorio comunitario, rehabilitado modernamen­te como parte del comedor del parador. Mientras, en el lado sur, se localizaban las habitaciones de la casa abacial (después pabellones del gobernador militar de la plaza), todas ellas reformadas e integradas dentro del complejo hotelero.

La comunicación entre el palacio Du­cal y la iglesia de Sant Vicenç se realizaba a través de un sobreclaustro por donde pasarían los señores para asistir a las fun­ciones religiosas. Por contra, la entrada del pueblo llano al recinto canónico se realizaba a través de un portal propio por debajo de la fachada meridional de la iglesia, entre el palacio abacial y la casa de los canónigos.


Los Pórticos Pintados.









Desde el claustro accederemos al pór­tico situado en la fachada de poniente de la iglesia de Sant Vicenç, integrándose a la misma con cinco arcadas que se apoyan encima de cuatro pilares y una escalinata central que salva el desnivel existente entre el claustro y el atrio. Se trata de un espacio de transición entre el recinto claustral y el interior del templo que en sus orígenes, además de la función propia de vestíbulo, servía de ámbito para llevar a cabo determinados ritos relacionados con la liturgia procesional y las penitencias públicas. Estas procesiones y la estación correspondiente que se celebraba en éste ámbito del edificio, donde los miembros de la comunidad rezaban In Galilea..., son la razón de por qué estos pórticos también se conocían como la "Galilea".

Este espacio también sirvió como mar­co monumental para acoger a los prime­ros entierros de los señores y patronos de la iglesia. La costumbre de sepultar en los claustros y en el interior de los templos obedecía a la creencia de los fieles de que así se libraban de las penas del Purgato­rio. Por evidentes motivos de higiene, las disposiciones canónicas tuvieron que res­tringir esta práctica a las autoridades y a otros personajes relacionados con la fun­dación del templo. En el caso de Sant Viccnç, la "Galilea" fue el primer sitio escogido por los cabezas de linaje vizcon­dal para dar sepultura a su restos mortales. La presencia de estas tumbas en el pórtico comportaría que, en el transcurso de la segunda mitad del siglo XII, se lleva­ra a cabo la decoración pictórica de época románica de sus bóvedas, dentro de una iconografia de tipo cristológico con imá­genes de la Presentación de Jesús en el Templo, la Flagelación, la Majestad del Señor y la Asunción de María, que ha sido atribuido al Maestro de Polinyà o de Cardona.

Aunque al final del s. XIII y comienzos del siguiente, los señores dejaron de ente­rrarse en la "Galilea", ésta continuó sien­do una referencia de su poder terrenal como lo demuestra la elección que se hizo de este espacio para representar la defensa de la ciudad de Girona protago­nizada, en el año 1285, por el vizconde Ramón Folc VI contra el ejército francés. Tras esta segunda decoración mural de carácter más protogótica se entrevé la figura de su madre, Sibila de Ampurias (t 1317), segunda esposa del vizconde Ramón Folc V de Cardona (1241 - t l276). El conjunto pictórico que decoraba estas bóvedas hizo que la "Galilea" reci­biera el sobrenombre de los Pórticos Pinta­dos. Como marco del poder señorial, tam­bién fue utilizado por los vizcondes y con­des de Cardona para ofrecer privilegios a sus vasallos; para dirimir cuestiones arbi­trales; o para recibir a los representantes de otros nobles. Con el tiempo, las tum­bas vizcondales localizadas en el pórtico, fueron trasladadas al interior del templo. Los usos dados después a este espacio (primero como osario de los miembros del capítulo de canónigos y después por los militares como almacén y otros usos) se tradujeron en el olvido y la degrada­ción de su decoración pictórica hasta que no fue recuperada en tiempos modernos. El año 1958, debido a las obras de restau­ración que se llevaban a cabo en la iglesia de Sant Vicenç, se localizaron los fragmemos de estas pinturas en sólo tres de los cinco tramos de bóveda que cubrían el pórtico, que correspondían al ámbito de la puerta central y a los dos laterales más inmediatos (de tramontana y mediodía).

El hallazgo fue muy celebrado y, una vez retiradas de los pórticos (operación que se realizó entre noviembre de 1959 y diciembre de 1960), fueron restauradas y expuestas en diversas exposiciones inter­nacionales sobre el arte románico. En la actualidad, estas pinturas se conservan en el Museu Nacional d'Art de Catalunya.

La entrada al templo se realiza por una gran portalada central, flanqueada en los extremos del pórtico por dos puertas laterales que se abren a sendas escaleras de caracol que suben hasta el nivel de cubiertas, donde continuan a manera de dos pequeñas torres gemelas que fran­quean y rematan la composición de la fachada de poniente.

La tribuna.

 
 
En el interior del templo, y apoyándo­ se sobre el pórtico, se dispone una tribu­na para uso de los señores que, desde aquí, podían asistir al oficio divino. Se trata de un elemento extraño en la arqui­tectura del primer románico meridional y se tiene que vincular a la arquitectura de tradición noreuropea del primer tercio del siglo XI. Recordemos que los señores tenían acceso directo desde sus estancias a esta tribuna, ya fuera por las mencionadas puertas y escaleras de caracol, situadas en los ángulos del pórtico occidental o "Galilea", o ya fuera por el piso superior del claustro y de las dos puertas situadas en la fachada del templo, actualmente rehabilitadas como ventanas. En nuestro caso, lo podemos hacer desde el interior del templo, desde donde podemos subir a partir de las puertas situadas a los pies de las naves laterales que se abren a dichas escaleras de caracol.

El interior de la iglesia de Sant Vicenç.













Al traspasar la portalada de Sant Vicenç, ante nuestros ojos se nos muestra la magnificencia de la que ha sido defini­da como el modelo del primer románico catalán. Declarada monumento nacional en el año 1931, su aspecto actual se debe a la restauración iniciada en 1949 por la Dirección General de Bellas Artes bajo la dirección del arquitecto Alexandre Ferrant. Desde entonces y hasta el 1970, la intervención se centró en recuperar las estructuras originales de este edificio, bastante modificadas por los militares.

El edificio es una gran basílica dividida en tres naves rematadas en levante por un crucero, coronado por una cúpula, de la cual se abren tres ábsides semicirculares y el central, precedido por un amplio pres­biterio. Esta estructura obedece a un pro­yecto concebido en tiempos del vizconde Bermon a partir de la experimentación del primer románico meridional (mani­festada en el tratamiento de los muros) y bajo la influencia de la arquitectura nor­europea de tradición carolingia (mani­fiesta en el ábside, transepto, cimborrio y tribuna). Su construcción se llevaría a cabo en un período breve de tiempo dada la unidad del conjunto que se observa entre los diferentes elementos que inte­gran la obra, con una única variación en relación al cubrimiento de la nave central. Los paramentos desnudos de su inte­rior se corresponden al esqueleto arqui­tectónico del templo. Lo que ahora es el inmenso espacio vacío de las naves, en el pasado estaba ocupado por altares de las diecisiete capellanías instituidas por la familia vizcondal y condal de Cardona, seguidos, en menor cantidad, por nobles de su compañía y los mercaderes de la villa a su servicio. A todo esto se tendría que añadir el coro, inicialmente situado en el extremo meridional del crucero, delante del altar de Santa María, con su sillería y el armario que contenía los treinta y cinco libros sacramentales necesarios para la celebración de la misa. O el órgano barroco, "que era uno de los mejores que había en aquel Principado". Todo ello sin olvidar el mobiliario interior del tem­plo, como los canceles y las rejas de hie­rro del altar mayor y capillas, facistoles, candelabros, cruces, vajilla litúrgica de oro y plata y otros objetos, además de las lámparas de aceite que quemaban ante los altares, en la bóveda del crucero y en el ábside central en número de dos docenas. En la nave lateral sur podemos observar una muestra del antiguo pavimento del templo, aparecido en el transcurso de las obras de restauración, cuando se procedió a la construcción del actual suelo, preser­vándose éste como testimonio.
 

 

El panteón familiar.





Bajo la cúpula del transepto y delante de las escalinatas de acceso al presbiterio, aparecen las tumbas del abad Francesc Ferrer (1597 - t l615), Josep Estornell (1654 - t 1708), Jaume Portell (1717 - t l729), Francisco González de Mena (1734 - t 1756) y la del canónigo Josep Sorts (t 1710). En los extremos opuestos aparecen los mausoleos del conde Juan Ramón Folc I (1375 - t l442) y el duque Fernan do I (1513 - t l543).

Sant Vicenç acogió el panteón familiar donde se encontraban los cuerpos de veintitrés miembros del linaje que, hasta el siglo XVI, se hicieron sepultar en su iglesia. A los primeros entierros vizcon­dales localizados en la "Galilea", les suce­dieron, a partir del siglo XIII, los dis­puestos en el interior de la iglesia. Los sepulcros se distribuían en el crucero y los materiales con que estaban realizados iban de la madera al alabastro y el már­mol, pasando por el yeso y la piedra.


La cripta o capilla subterránea de San Jaime.





En sus orígenes, esta cripta era desig­nada como la confesión de Sant Vicenç y se destinaba a funciones litúrgicas de carácter privado relacionadas con el culto martirial. Situada bajo el altar mayor, fue construida al mismo tiempo que la obra mayor del templo y su estructura nos remite a las criptas coetáneas de la próxi­ma iglesia de Sant Esteve d'Olius (Sol­sones), de la catedral de Vic (Osona) y de Sant Pere d'Áger (la Noguera). En su interior albergaba un altar consagrado a San Jaime, fundado por Guillem, el pri­mer abad de la comunidad, que, en el año 1041, donó diversos bienes para mantener la lámpara que tenía que quemar per­petuamente delante de este altar. Este culto de San Jaime nos lleva a enlazar la existencia de la cripta con los peregrinos del camino de Compostela que cruzaban el sur francés. Esta devoción tendría con­tinuidad en el siglo XIII con las respecti­vas capellanías instituidas bajo la misma advocación del apóstol para la vizcondesa Esclarmonda de Foix, en 1249, y por el abad Jaume Ferrer (1281-1301), en 1297. En relación al culto martirial, la comu­nidad de canónigos reunió una notable colección de reliquias, gracias a las dona­ciones realizadas por los miembros de la familia vizcondal y condal de Cardona. Una de las más veneradas fue un frag­mento del cráneo de San Sebastián, cus­todiado en su relicario gótico dentro de una cripta con decoración pictórica reali­zada a finales del siglo XIII y comienzos del siguiente bajo el patrocinio de la viz­condesa Sibila de Ampurias. Por esta razón también fue conocida como la capi­lla de San Sebastián. Con el tiempo, y para preservarlas de los militares, las otras reliquias también se dispusieron en el interior de la cripta con sus respectivos relicarios, motivo por el cual, en el siglo XVIII, era designada también como la capilla de la Santa Espina o, simplemen­te, de las Reliquias.

El acceso original se hacía a través de las aberturas dispuestas simétricamente a cada lado de los ábsides laterales. La entrada frontal desde el crucero se corres­ponde a una alteración moderna que se tiene que vincular al hecho que, desde 1601, la cripta acogiera el capítulo de canónigos en sustitución del coro. En el dintel aparecen los restos de decoración pictórica con el escudo del abad Francesc Ferrán (1597-1615) y las figuras de los santos Miguel, Sebastián y Francisco. Su fisonomía actual se debe a la intervención llevada a cabo por el arquitecto Ferrant con el objetivo de recuperar la arquitec­tura desnuda de este espacio, sin que se haya preservado ningún testimonio de su decoración pictórica de época medieval.

El polvorín, antes Casa de los Canónigos.

La iglesia de Sant Vicenç se encuentra franqueada en su nivel inferior del lado sur por un edificio que es el almacén de pólvora construido por los militares en el transcurso de los años 1718-1721, con una capacidad para más de ochenta y dos toneladas de explosivos. Para su construc­ción, los militares demolieron la antigua Casa de los Canónigos, cuyo origen data de 1210. Se ubicaban los dormitorios comunes de los canónigos de la comuni­dad (entre ocho y hasta un máximo de doce), rodeada por las casas de otros pres­bíteros residentes en Sant Vicenç, esta­blos, almacenes y para los huertos que se situarían a su alrededor.

El recinto inferior: los bastiones.

Como ya se ha dicho, el recinto infe­rior consiste en el anillo de bastiones construido en los s. XVII y XIX para mejorar las fortificaciones del castillo. Integra dos cinturones defensivos, los bastiones propiamente dichos y el foso que los circunda. En algunos frentes los cinturones pueden llegar a ser tres, como por ejemplo el suroeste con los bastiones de San Lorenzo y San José; o al noroeste con el fuerte avanzado del Bonete.

LA FORTALEZA MODERNA.


Historia.


El castillo en el siglo XVI.


El progresivo alejamiento de los seño­res hizo que el castillo dejara de ser el núcleo residencial de la corte ducal de Cardona para pasar a ejercer sólo la fun­ción de centro administrativo y peniten­ciario, acogiendo las prisiones del ducado bajo los cuidados de un mínimo de perso­nal. Desde la segunda mirad del siglo XV, sus estancias se habían ido vaciando poco a poco. Los compromisos de los cabezas de linaje les obligaban a permanecer varias temporadas fuera de Cardona, hos­pedándose en el palacio que tenían en la ciudad de Barcelona, situado en la plaza de los Framenors, actualmente de Medi­naceli (antigua casa Desplà, demolida en el siglo XIX). Asimismo, las nuevas modas y costumbres de la nobleza hicie­ron que, desde los tiempos del duque Fernanclo (1513 - t l543), los miembros del casal prefirieran residir en el palacio renacentista de Arbeca (donde serían anfitriones del emperador Carlos y de Felipe II y Felipe III) o en los pabellones de caza de La Floresta.

La fortificación del castillo.


A principios del siglo XVII, el castillo presentaba unas defensas obsoletas en relación con la artillería moderna y las nuevas tácticas militares de ataque a las fortalezas. Por este motivo, alrededor del año 1600, los duques costearon su fortifi­cación con diferentes obras de defensa y ataque, a la vez que compraron once cañones de hierro. Pocos años después, en tiempos del duque Enrique (1608 - t l640), se mejoraron de nuevo sus defensas. La ocupación militar de los franceses en el transcurso de la Guerra de los Sega­dores (1640-1652) puso de manifiesto el interés estratégico del castillo de Cardo­na como plaza militar para someter a las facciones armadas de la Cataluña central y de la montaña, además de controlar las salinas. Desde entonces, el castillo per­maneció artillado con una mínima guar­nición. Alrededor de 1693, y con el tras­fondo de los conflictos fronterizos hispa­no-franceses, empezaron las obras que llevarían al castillo a tomar su fisonomía moderna. Las construcciones realizadas entonces pudieron demostrar pronto su consistencia al resistir los ataques de las tropas francesas y castellanas en el trans­curso de la Guerra de Sucesión.

El últinzo bastión de las libertades catalanas en la Guerra de Sucesión (1705-1714).


Las situaciones bélicas vividas enton­ces otorgarían fama a la plaza militar de Cardona como invencible. De esta mane­ra, el protagonismo político que Cardona había perdido al dejar de ser la residencia principal de sus señores, lo recuperaba nuevamente como el último bastión don­de los catalanes habían defendido su soberanía y las instituciones propias de gobierno. El primer ataque se vivió en otoño del año 1711, cuando Cardona y su castillo fue un objetivo estratégico de los dos ejércitos contendientes en la guerra: por un lado, las fuerzas aliadas del archiduque Carlos de Austria que, bajo el mando del mariscal austriaco conde Von Starhem­berg, reunían soldados imperiales, ingle­ses, holandeses, palatinos y portugueses, además de las tropas irregulares catalanas; y por otro, las fuerzas de Felipe V, que, bajo el mando del mariscal francés duque de Vendôme, reunía soldados castellanos, franceses e irlandeses. El ataque empezó el 12 de noviembre cuando llegaron a Cardona más de seis mil soldados, acom­pañados de mucha caballería y encabeza­dos por el teniente general conde de Muret. En su contra, la guarnición del castillo sólo contaba con tres batallones, dos alemanes y uno catalán, con unos mil doscientos hombres bajo el mando del conde de Eck. Una vez tomadas las defensas exteriores, el día 15 empezaba el asalto a la villa, que era ganada el día 17, fecha a partir de la cual el castillo tuvo que enfrentarse solo a las baterías enemi­gas. A pesar de la superioridad numérica, la plana mayor del conde de Muret era consciente de la dificultad que comporta­ba la conquista del castillo. El ataque duró unos cuarenta días y fue roto entre el 21 y 22 de diciembre a raíz de un ata­que de las tropas de socorro enviadas por el conde Starhemberg, que obligaron a las fuerzas franco-cas tellanas a empren­der la retirada. Las pérdidas infringidas a las mismas fueron de unos 2.000 hombres, ganando todo su bagaje: la bandera del regimiento francés de la Corona; 4 morteros; 4 piezas de montaüa, 14 caño­nes de batir y una gran cantida de mate­rial de guerra. Los muertos del bando imperial fueron unos 300.

En 1712, una vez ocupada Manresa, las tropas franco-castellanas atacaron otra vez el castillo de Cardona, que, durante los días 30 y 31 de octubre, resistió nueva­mente el ataque. Las bajas provocadas en­tonces al enemigo fueron de 1.100 hom­bres. Ante la imposibilidad de rendir el castillo y la villa de Cardona, las tropas de Felipe V concentraron sus esfuerzos en los siguientes años a ganar la ciudad de Barcelona, cosa que hicieron el 11 de sep­tiembre de 1714. Debido a que los acuer­dos que regían la rendición de esta ciudad y la salvaguardia de sus habitantes estaban condicionados por la posterior rendición del castillo de Cardona, la guarnición no tuvo más remedio que rendir la fortaleza el 18 de septiembre, convirtiéndose así en el último bastión de la Cataluña austria­cista.


Cardona, plaza militar.


Acabada la guerra, el recinto y las defensas del castillo presentaban un esta­do de ruina total. Una vez ocupado por las fuerzas franco-castellanas, fue utiliza­do como presidio y en su caserna sólo permanecía una guarnición reducida que a duras penas podía hacer frente a las par­tidas de miquelets que aún no habían aca­tado la nueva orden y de contrabandistas que atacaban las salinas. Pero a partir ele 1718 se mejoraron las defensas con la construcción del bastión de San Ambro­sio y la puerta principal de acceso. Diez años después, en 1728, bajo la dirección de Esteban Panon, ingeniero y goberna­dor del castillo, se reformaron las caser­nas del patio de armas y del claustro de Sant Vicenç.

En la segunda mitad del siglo XVIII, el castillo permaneció desguarnecido y sólo residían los empleados de la plana mayor. Esta situación se trastornó con la declara­ción de guerra a la República Francesa y el estallido de la Gran Guerra (1793 - 1795), momento a partir del cual el gobierno de Madrid retomó la fortifica­ción del castillo. Por ese motivo, se rehicieron las defensas existentes, a la vez que se construían otras nuevas y se aumenta­ba el número de bocas de fuego bajo la dirección del teniente coronel del Real Cuerpo de Ingenieros, Fernando Gáver.

Las obras realizadas entonces no ten­drían ocasión de demostrar su efectivi­dad, pero sí que lo hicieron al poco tiem­po durante la Guerra del Francés (1808- 1814). El 21 de octubre de 1810, las fuerzas del general Macdonald, con más ele 5.000 infantes y mucha caballería, fueron detenidas en su avance en las afue­ras de la villa de Cardona por los somate­nes del país y las tropas regulares del mar­qués de Campoverde. Las bajas de los franceses superaron los 400 muertos por solo 12 de los defensores. Una nueva vic­toria que aumentaría una vez más la celebridad del castillo que, desde entonces y hasta el final de la guerra, sirvió como centro de operaciones de las fuerzas españolas, realizándose diferentes obras bajo la dirección de Joan Baptiste de Ponsich, capitán del Real Cuerpo de Ingenieros.

El castillo volvería a ser protagonista de diferentes ataques debido a los conflic­tos civiles vividos a lo largo del siglo XIX, las guerras carlistas. Con motivo de estas contiendas, en sus cuarteles se tuvo que alojar un gran número de hombres, motivo por el cual, entre los años 1843 y 1864, se tuvieron que hacer diferentes obras en los pabellones de la tropa y en el recinto fortificado.

Las mejoras experimentadas por las vías de comunicación y la continua pro­gresión técnica de la artillería redujeron en mucho las posibilidades defensivas de la plaza militar que poco podría hacer ante la mayor capacidad de cualquier enemigo para transportar sus baterías con los nuevos cañones de alma rayada, de la mayor potencia y alcance. Con todo, la evolución política del país había hecho que el emplazamiento perdiera su valor. Incluso, la liberalización de los mercados hizo que el control de las salinas dejara de interesar. En el 1890, se desmontaban y retiraban la mayor parte de baterías y en el 1903, la tropa de la caserna se iba, dejando un mínimo de guarnición para la custodia del recinto. El castillo fue utilizado nuevamente, como prisión por la República en el transcurso de la Gue­rra Civil (1936 - 1939). Acabado el conflic­to, el bando nacionalista le dio el mismo uso hasta 1945, cuando se abandonaron definitivamentelas instalaciones.


Visita a la fortaleza.


Los bastiones.


La corona de bastiones que rodea toda la montaña del castillo cuenta con un total de siete bastiones. En el frente nor­te se disponen el bastión de Santa María y un pequeño reducto, llamado también bastión del Norte; en el del este, los bas­tiones de San Pedro y de Sant Vicenç; en el del sur, el semi-bastión de San Sebas­tián y la batería cubierta o Casamata; y en el del oeste, los bastiones de San Carlos y del Caballero. Sus muros frontales pue­den llegar a tener un grosor de hasta 4 metros y en los respectivos terraplenes se disponen las cañoneras para el emplaza­miento de las baterías, sumando unas cien bocas de fuego. Todos ellos están unidos por cortinas o lienzos de muralla con muros verticales.

El conjunto es el resultado de las obras iniciadas alrededor de 1693, bajo las ordenes del virrey y capitán general del Principado, el duque de Medina Sidonia, siendo entonces gobernador del castillo el sargento mayor Pedro Dávila. La reforma de las defensas del castillo se tie­ne que relacionar con la revuelta de los Barretines (1687-1691) y, por extensión, con los conflictos fronterizos hispano­ franceses vividos entonces, con el trasfon­do de la campaña de refortificación lleva­da a cabo en el Rosellón y en Conflent por el célebre jefe de los ingenieros mili­tares de Luis XIV, Sèbastien Le Preste, marqués de Vauban, de las cuales Montlluís (1681) y Vilafranca de Conflent (c.1693) son un buen ejemplo.

El tradicional principio defensivo fun­damentado en la verticalidad de las defensas, concebido más para evitar el asalto enemigo que para resistir los tiros de cañón, se había visto trastocado por la aparición y constante mejora de la artillería. En este nuevo contexto de la estrate­gia militar, las altas murallas y las torres cilíndricas de época medieval cedieron su sitio al bastión. La génesis de este nuevo elemento defensivo se llevó a cabo en la Italia renacentista y en el transcurso del siglo XVI se extendió por toda la Europa occidental bajo la denominación de la trace italienne. Con el tiempo, los bastio­nes devinieron en la nota característica de las fortalezas construidas en la primitiva Europa moderna.

Los primeros bastiones levantados en Cardona fueron los situados en el frente norte del castillo, recibiendo los nombres de San Pedro, álias la garita del Diablo, y de Santa María. La dirección de la obra correspondió al ingeniero militar, capitán Pedro Borrás, discípulo del conocido Sebastián Fernández de Medrano, direc­tor de la Real Academia Militar de los Estados de Flandes y autor del libro El architecto perfecto en el Arte Militar (Bruse­las, 1687). Los gastos generados entonces por las obras ascendieron a más de 18.000 reales de vellón. En el inicio de la Guerra de Sucesión (1705-1714), éstas prosiguie­ron, gastándose, entre enero y noviembre de 1711, más de 16.248 libras. En otoño de este año, justo antes de producirse el ataque de las tropas franco-castellanas, las defensas del castillo consistían en los seis bastiones de San Pedro, Sant Vicenç, San Lorenzo, del Gobernador, San Carlos y Santa María, además del fuerte del Bone­te. En el dintel de la poterna que com­unica el foso con la parte superior del bas­tión de Santa María se lee una inscripción donde se indica el inicio de las obras en tiempos de Carlos II y su conclusión ba­jo el gobierno del archiduque Carlos de Austria. Acabada la guerra, las defensas del castillo quedarían en un estado ruinoso como consecuencia de los ataques sufri­dos. Esta situación se mantuvo más o menos invariable hasta finales del siglo, XVIII cuando, a consecuencia del inicio de la Gran Guerra (1793-1795), Cardona fue declarada plaza militar de segundo orden, motivo por el cual se restauraron todos los bastiones, las cortinas de la muralla y el camino cubierto. Algunas de las obras proyectadas entonces se realiza­ron años después cuando, con motivo de la Guerra del Francés (1808-1814), se reforzaron nuevamente las defensas del castillo. De esta forma, se restauraron los bastiones de Sant Vicenç y de San Sebas­tián (1810), de San Carlos y del Caballe­ro (1811), y de la Casamata (1811-1813). De los siete bastiones, solo cuatro tie­nen forma de pentágono mientras que el resto forma una disposición que obedece a la necesidad de adaptarse a las condicio­nes del terreno. La reducida superficie de la montaña del castillo imposibilitó a los ingenieros dar dimensiones regulares a los bastiones, lo que comportó que éstos quedasen mal franqueados, con ángulos salientes demasiado agudos que podían ser batidos en sus cuatro frentes por el tiro enemigo. Esta debilidad defensiva significaba que, en caso de ataque, la defensa del castillo quedase comprometi­da a la duración del mismo, a los recursos de las baterías enemigas y a la disponibi­lidad del mismo para abastecerse de municiones y víveres, tal y como se pudo comprobar en el otoño de 1711.

La Casamata.

Esta batería cubierta o "búnker" ya existía en el siglo XVIII, aunque la construcción actual se realizó en 1810, en el transcurso de la Guerra del Francés, tal como testimoniaba la inscripción existen­te sobre el dintel de su portalada (hoy en día imposible de leer), que decía: "Reinando el Señor Don Fernado VII, que Dios guar­de, en el año de 1811, se principio esta obra y se concluyo en el de 1813". Consiste en un reducto cubierto con pórtico a prueba de bombas, con una capacidad para cinco piezas de gran calibre.

El foso.


El anillo de bastiones se encuentra rodeado por su respectivo foso, pero sin excavar, con un camino de ronda con tra­vesaños excepto en el sector suroeste donde se disponen los bastiones de San José y San Lorenzo, el primero más ele­vado que el segundo. La función de este foso era la de mantener alejado al enemi­go e impedir que éste excavara minas de pólvora bajo los muros. Más allá de este foso se encuentra el glacis o vertiente escarpada de la montaña del castillo.

El Bonete.


Este fuerte o reducto avanzado con dos ángulos entrantes y tres salientes, a manera de cola de golondrina, se constru­yó a finales del siglo XVII y a principios del XVIII, antes de la Guerra de Suce­sión, con motivo de cubrir la vertiente noreste de la montaña, con una pendien­te suave y,  por tanto, también factible de ser atacada. Emplazado a una distancia de unos 130 m. en relación al cinturón de bastiones, enlazaba con el mismo, a través de un camino cubierto en su interior dis­puesto en forma de zig-zag, preservado del fuego exterior por sus laterales por un lienzo de murallas que, en su tramo medio, dispone de dos cuerpos avanzados de planta pentagonal.

El camino cubierto.


La comunicación entre los diferentes recintos y, por extensión, con la villa se realiza mediante el camino de herradura que discurre por la vertiente meridional de la montaña, con una longitud de unos 190 m., a través de rampas con una fuer­te pendiente sostenidas por muros cons­truidos en talud, dispuestos en zig-zag, empedradas y escalonadas. Este vial se corresponde con el antiguo camino de acceso que, con la fortificación del casti­llo, se defendió o cubrió con las baterías de los bastiones del frente sur. Su confi­guración se debe a las obras llevadas a cabo en los años 1737, 1794-1795 y, en especial, en 1826-1828, cuando se restau­ raron los bastiones de San José y San Lorenzo.
 









 

 

 

 

 

 Torre de la Minyona.
 

Puerta de entrada y muros interiores de la Torre Minyona.
 

Patio de Sant Ramon.
 

Capilla de San Ramon.
 

Capilla de San Ramon.
 

Plaza de armas o Patio Ducal.
 

Plaza de armas o Patio Ducal.
 

Arcadas de acceso al Claustro de la Canóniga-Colegiata de Sant Vicenç.
 

Primera cisterna (Patio Ducal).
 

Claustro de la Canóniga-Colegiata de Sant Vicenç.


Claustro de la Canóniga-Colegiata de Sant Vicenç.

Fachada de poniente de la iglesia con acceso al atrio. La Galilea.


Cisterna del Patio Ducal.


Recepción del Parador de Cardona.
 

Recepción del Parador de Cardona.


Recepción del Parador de Cardona.








Sala de los entresuelos, utilizada por los señores como salón de audiencias.


Sala de los entresuelos, utilizada por los señores como salón de audiencias.


Comedor del parador. Sala de 43 m de largo por 7,30 m de ancho. Su configuración actual es el resultado de unir una de las dependencias del palacio señorial con el refectorio de la canónica.


Detalle de los revoltones de yeso del comedor que reproducen las molduras originales con los cardos de Cardona.


Comedor del Parador.


Salones del ala de poniente. Residencia de los señores.


Salones del ala de poniente. Residencia de los señores.


Salones del ala de poniente. Residencia de los señores.


Salones del ala de poniente. Residencia de los señores.


Salones del ala de poniente. Residencia de los señores.


Salones de paso.
 

Salones de paso.
 

Salones de paso.
 

Salones de paso.
 

 

Plaza de armas o Patio Ducal. A la izquierda, ala y arcada norte del patio ducal con su arco ojival de 7,5 m de luz, que cubre la escalinata que accedía a la planta noble de la residencia señorial y a la llamada Sala Dorada. A la derecha, arco que da acceso al claustro de la colegiata.
 

Arcada de acceso al claustro.
 

Claustro de la Canóniga-Colegiata de Sant Vicenç.
 

Pórticos pintados de la Galilea.
 

Pórticos pintados de la Galilea.       
 

El restaurante del parador.








 








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