Dos escaleras flanquean el salón.
Al final de los peldaños se adivina la habitación del torreón y por los
ventanales llega la luz del patio interior. Pero donde podría estar el sofá,
sólo hay montones de paja. Y donde deberían estar las cortinas, decenas de
puertas viejas apoyadas contra la pared. Cuando el oscarizado compositor John
Barry construyó esta casa en Santa Margalida en 1974, pensó en convertirla en
un perfecto lugar de refugio, un remanso en el que hacer sonar los violines de
Memorias de África. Hoy, 35 años más tarde, todo romanticismo se ha esfumado y
las estancias inspirarían al compositor sinfonías propias del género de
misterio. Lo que podría haber sido el escenario de una superproducción de
Hollywood languidece como una mansión fantasma forrada de escombros.
John Barry llegó a Mallorca a
principios de los 70, cuando la isla se dividía entre la herencia hippie y los
altibajos del boom turístico. Santa Margalida era un rincón en aquel paraíso
insoportable con el que la poetisa Gertrude Stein describió la Isla a Robert
Graves antes de su llegada a Deià. Para Barry la adaptación y los tiempos
fueron mucho más fáciles. En pleno Pla mallorquín y a diez kilómetros de la
costa, La Vila emergía como oasis perfecto de tranquilidad para personalidades
de la vida social y cultural de todo el mundo. El casal rural de Sa Capella se
convirtió en el centro neurálgico de esa bohemia elitista que acogió a
políticos, aristócratas y actores. Una versión interior del hotel Formentor.
Por allí pasaron Joan Miró, los actores Lex Baker y Richard Harris o los reales
Beatriz de Holanda y Simeón de Bulgaria.
Las fiestas de Sa
Capella
Las fiestas organizadas por la
jet set en Sa Capella atrajeron también a Barry, que pasó de visitante
ocasional a vivir largas temporadas en Mallorca. Ya traía a sus espaldas tres
Globos de Oro y tres Oscars aunque le esperaban más estatuillas doradas por
ambientar el amor de Streep y Redford en Kenia o puntuar la epopeya de Costner
bailando con lobos. Había firmado ya el tema principal de la saga de James Bond
y, entre obra y obra, paseaba disfrutando del anonimato por las calles de Santa
Margalida. "La gente no le conocía aunque fuera muy famoso. Hacía una vida
normal y se movía por todo el pueblo, pero como no hablaba ni una palabra de
español siempre lo hacía en compañía de mi padre", recuerda Guillem
Crespí. Barry y su padre entablaron una gran amistad cuando se conocieron en Sa
Capella, donde este último trabajaba como hombre de los recados.
En ese tiempo, quizá previendo su
estancia indefinida en Mallorca, elcompositor decidió comprar un terreno para
construirse una casa. Una finca de 12.000 metros cuadrados en la que planeaba
levantar una mansión. Por un lado, vistas a la bahía de Can Picafort; por otro,
al pueblo de Santa Margalida y a aquel hotel de Sa Capella que le había traído
hasta la isla. El proyecto de construcción se fue alargando, tanto que Barry
decidió construir una pequeña casa anexa desde donde seguía la evolución de las
obras, como prueban las fotos de Guillem Crespí. La magnificencia de la mansión
destacaba sobre el resto de edificios del pueblo, se divisaba –y se divisa–
desde la carretera de llegada.
Tras una enorme puerta de madera
en medio de un camino, se levantan dos edificios convertidos en una sola casa
de dos pisos y unidos por un patio interior con soportales de arco y un
estanque. En el primer edificio, un amplio recibidor y algunas habitaciones en
el piso superior. El segundo, convierte la casa en una auténtica mansión
hollywoodiense: dos escaleras laterales que suben hasta el torreón. En la parte
de atrás, metros y metros de jardines con una piscina imperial. "La casa
estaba prácticamente terminada, sólo faltaba pintarla y amueblarla",
recuerda el historiador Toni Mas. Pero John Barry nunca llegó a disfrutarla. Su
piano no desafió los ecos de aquella finca. En uno de aquellos viajes de ida y
vuelta a Mallorca, simplemente no regresó. Sin previo aviso. Sobre Santa
Margalida circularon toda serie de rumores, pero para Mas la explicación es
clara: "En el pueblo comenzó a construirse un polígono y la zona perdió su
encanto. Sa Capella vivió el fin de su época dorada y esa élite dejó de
venir".
Nadie sabía qué había pasado con
aquel compositor inglés. En el pueblo tanto John Barry como su casa se
convirtieron en una especie de mito, una leyenda popular. Aquella escalera del
salón que bajaba hasta los subterráneos hacía volar la imaginación. Los niños
contaban la historia de un hombre ahorcado en aquel sótano que no dejaba nunca
de sangrar. La casa se deterioraba inevitablemente con el paso del tiempo y los
continuos robos. "Se lo llevaron todo, desde la bañera hasta los
cables", afirma Mas. Ya no existen puertas o ventanas que impidan la
entrada. El xalet de Barry se ha convertido en un caserón fantasma habitado por
gatos y palomas y el torreón ha pasado a estar presidido por un enorme
graffiti.
Tras años de ausencia, aquel
vecino ilustre podría dejarse ver de nuevo por las calles de Santa Margalida.
La hija de Barry aseguró a Gabriel Femenías –antiguo testaferro y amigo del
artista– que regresará este verano a Mallorca. Quizá entonces sobrevuele de
nuevo la isla pensando en convertir la casa ruinosa en su hacienda mediterránea
particular, un lugar para escribir sus memorias, musicadas de Hollywood a las
noches en Sa Capella de Santa Margalida.
El compositor inglés John Barry,
conocido por ser el autor de las bandas sonoras de películas de James Bond,
Memorias de Àfrica, Nacida Libre o Bailando con lobos, entre otras, murió
recientemente (30/01/2011) a los 77 años.
Muchos son los ciudadanos de
Santa Margalida que aún le recuerdan cuando se paseaba por las calles del
pueblo de la mano de Joan Crespí, hoy también fallecido. Su hijo Guillem
cuenta: «La gente no le conocía, aunque fuera muy famoso. Hacía una vida normal
y recorría todo el pueblo, pero como no hablaba ni una palabra en español,
siempre lo hacia en compañía de mi padre».
Cine
Muchas de las bandas sonoras las
compuso en Santa Margalida. Recuerdo -dice Guillem- que John Barry contrataba
al maquinista del cine del pueblo para ver el solo las películas que le
llegaban en unos grandes sacos para después componer las bandas sonoras. Yo,
con algunos amigos, nos colábamos en el cine y el compositor hacia repetir
escenas y después se retiraba a Sa Capella donde nadie le podía molestar si
tocaba el piano».
Barry llegó a Santa Margalida a
principios de los años 70. Fue su mujer Jane Birkin quien le presentó al conde
francés Bourdillon de Queylar que residía en Sa Capella, donde acudió buscando
un piano. Las fiestas organizadas por la jet set en Sa Capella llamaron la
atención también de Barry.
Ambiente
Por allí pasaron Joan Miró, los
actores Lex Baker y Richard Harris y también Beatriz de Holanda y Simeón de
Bulgaria. El compositor se encontraba bien en este ambiente y en este pueblo de
Santa Margalida, por lo que decidió comprar un terreno para construirse una
casa en la finca de Son Femenia, a cien metros del pueblo, y muy cerca de Sa
Capella, donde residían sus amigos.
John Barry nunca llegó a ver
terminada la casa , o mejor dicho, la mansión que se estaba construyendo. En el
pueblo nadie sabía lo que había pasado con el célebre compositor inglés que se
convirtió en una especie de mito. La casa se ha deteriorado con el paso del
tiempo. Hace unos años llegó a la Vila una de sus hijas, y anunció que Barry
volvería. Sin embargo, no sucedió. Ahora, tras su muerte, falta saber qué harán
sus hijos con la mansión del gran compositor.
Investigación y recerca d'informació: Juan Ramón Picornell Romero, Filósofo, Humanista y Pensador.
Investigación y recerca d'informació: Juan Ramón Picornell Romero, Filósofo, Humanista y Pensador.