martes, 5 de octubre de 2021

Parador Nacional de Guadalupe. Guadalupe. Cáceres. Extremadura.

Frente al monasterio mudéjar, uno de los más importantes de la España medieval, se encuentra el Parador de Guadalupe. Las estrechas callejuelas y los tejados rojos de “la Puebla”, así como la villa que surgió en torno al monasterio, parecen suspendidos en otro tiempo y envueltos todavía en un aura sosegada y mística.

EL EDIFICIO

Tejas árabes, blanco inmaculado en sus muros y azulejos verdes de estilo mudéjar dan un impresionante aire monacal al edificio que alberga al Parador. Un evocador ambiente que nos recuerda la función de los dos edificios de los siglos XIV y XV que, unidos, se convirtieron en parador en 1965: el Hospital de San Juan Bautista u Hospital de Hombres y el Colegio de Infantes o de Gramática. Ambos dependían del monasterio y simbolizan los dos pilares del saber medieval: el humanismo y la ciencia. El actual parador es un magnífico ejemplo de recuperación ya que, uno y otro, se encontraban en estado ruinoso y ocupados por viviendas humildes y talleres. Su rehabilitación salvó lo que de primitivo quedaba en ellos (donde destaca la escalera), devolvió a sus patios su aspecto original y recuperó antiguas técnicas de construcción mudéjar a base de cal, barro y madera, en una intervención asesorada por los técnicos de Bellas Artes que al mismo tiempo estaban restaurando el monasterio.

LOS FRATRES PHISICI

El Hospital de San Juan que ocupa parte del actual Parador fue uno de los centros con más prestigio científico de la época. Sólo allí, los monjes, llamados fratres phisici, podían ejercer la medicina y formar a los legos que, además, se encargaban de la botica, el herbolario y el jardín del hospital. Junto a ellos, lo que era muy inusual en la época, trabajaban médicos laicos. El hospital fue, además, la primera y única escuela de cirujanos de España y reunió una valiosísima biblioteca médica. Su influencia llegó a todo el sudoeste peninsular e incluso a la Corte. Tenía 80 camas, a las que tenían derecho los habitantes del lugar, excepto los enfermos crónicos. El hospital se organizaba en torno a dos claustros. En el primero había cuatro salas: la primera para colegiales, capellanes y donados, la segunda para heridos, la tercera para enfermos de calenturas y la cuarta para los enfermos más graves. El otro claustro, aparte, era para los enfermos contagiosos, sobre todo los sifilíticos, uno de los males de la época.

LA INTIMIDAD DE SUS ESPACIOS ABIERTOS

En el parador destacan sobre todo sus espacios abiertos. Tiene un patio a modo de claustro cerrado por unos arcos de inspiración árabe y cubiertos por celosías que proporcionan una luz tamizada al piso superior pero, sobre todo, tiene en la parte de atrás un precioso jardín con solería tradicional, juegos de agua y pequeño huerto. Es un espacio pequeño pero muy especial que recuerda, por un lado, el de una villa rural, pero, por otro, el entorno mudéjar de Guadalupe en su larguísimo estanque a modo de acequia, los remates decorativos vidriados en verde y los dos niveles que marcan la diferencia entre el huerto y el patio.
























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