sábado, 30 de octubre de 2021

Mérida. Badajoz. Extremadura.

La ciudad de Augusta Emerita, fue fundada por orden del emperador Octavio Augusto en el año 25 a. C., para acoger a los soldados de las guerras cántabras, veteranos de las legiones V Alaudae y X Gemina.

Desde el principio fue una ciudad amurallada, en la que tenían especial interés los edificios de espectáculos públicos, (Teatro, Anfiteatro y Circo), además de los Foros, templos, termas, embalses y demás edificaciones que se fueron integrando en la ciudad, con los edificios de viviendas y las plazas públicas. Especialmente relevante fue el puente romano sobre el Guadiana, uno de los más largos del imperio, que se convirtió en un importante nudo de comunicaciones acorde con el rango de la ciudad. La llegada de los visigodos continuó manteniendo su importancia y fue tras la presencia de los árabes cuando comienza el declive de la ciudad, quedando prácticamente relegada al ostracismo hasta el siglo XX. Desde 1993 Mérida ha recobrado su grandeza ya que en diciembre de ese mismo año fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, siendo éste un reconocimiento de su proyección turística, uno de sus motores económicos.

Actualmente Mérida se ha convertido de nuevo en el centro económico y político, administrativo y cultural que fue en otra época, ya que desde 1983 es la sede la Capital de la Comunidad Autónoma de Extremadura. Con una población censada en casi 60.000 habitantes, es una ciudad en crecimiento donde el visitante puede descubrir su legado histórico al mismo tiempo que disfrutar de sus costumbres, gastronomía, naturaleza y oferta cultural.

Mérida es hoy, ante todo, una ciudad administrativa que acoge en su seno los vestigios de un complejo entramado de ciudades que se han superpuesto sucesivamente desde la fundación de la Colonia Augusta Emerita en el año 25 antes de Cristo. Ha habido momentos, especialmente desde los siglos IV al VI, en los que fue Mérida la cabeza desde la que se pensó una nueva Hispania, sustancialmente cristiana pero que no renunciaba a su glorioso pasado pagano. La difícil síntesis encontró acomodo bajo la monarquía visigoda, concretamente bajo el patronazgo del arzobispado emeritense, el más importante de la antigüedad tardía y los comienzos de la Edad Media en la Península, ya que dependían de él doce obispados. Después, el nuevo emirato, para sobrevivir, hubo de apoyarse en grandes ciudades ya existentes, como Córdoba o la propia Mérida. Luego, el califato, redujo la influencia de la ciudad en favor de otra nueva, creada por los propios emeritenses: Batalhús, la actual Badajoz.

Tras su conquista por los leoneses en 1230, no le fue restituida la sede arzobispal y quedó relegada a mera cabeza de una provincia ligada a la Orden de Santiago. Paso obligado hacia Portugal de reyes y nobles, la villa permaneció en esa nómina de pueblos con papeles secundarios en el devenir del nuevo Reino de España. Esos mismos caminos que portaban noticias y riquezas también acarrearon las funestas consecuencias de crueles guerras mantenidas con Portugal o la Francia Napoleónica. Será un nuevo invento, la locomotora, el que, en pleno siglo XIX, invite a la ciudad a bailar, de nuevo, en el concierto de la historia española.

De la antigua colonia quedan vestigios de su bien trazado urbanismo: calles y calzadas, cloacas, diques, puentes, acueductos, presas, viviendas, necrópolis, foros con sus templos y colosales edificios para celebrar juegos escénicos o circenses. El Museo Nacional de Arte Romano nos acerca al devenir de aquella gran ciudad de la antigüedad.

De la ciudad paleocristiana y visigoda dedicada a Dios y a su Patrona, Eulalia, quedan cientos de las piezas que la decoraron (presentes en la Colección Visigoda del Convento de Santa Clara), junto a diversas ruinas destacando, de entre todas, las pertenecientes a la antigua basílica de “la Mártir”o el hospital del Arzobispo Mausona. Por otra parte, el singular complejo militar de la Alcazaba es una de las joyas de los albores de la presencia musulmana en la Península. La Reconquista no reconcilia a la ciudad con su pasado, aunque existan descollantes expresiones del románico, gótico y, sobre todo, del barroco. Hoy, la ciudad se nos presenta sin complejos, dejando en herencia edificios de singular arquitectura cuyos creadores han fundido sus prestigiosos apellidos al nuevo patrimonio que, para generaciones futuras, deja la Mérida del siglo XX.



ARCO DE TRAJANO.

Ni es un arco triunfal, ni estuvo dedicado a la figura del famoso emperador Hispano. Fue la monumental puerta de acceso al espacio sagrado (temenos) que circundaba a un gigantesco templo de culto imperial. Todo el conjunto estaba cercado por un pórtico. Este templo, a su vez, quedaba englobado en el conjunto del foro provincial, donde nos consta la existencia de otro templo dedicado a la Concordia de Augusto, algunas de cuyas piezas forman parte del Obelisco dedicado a la Mártir.

El arco de medio punto, que conserva una altura de 15 metros desde el arranque de las pilas, era el vano central de una puerta con tres arcos, siendo los dos laterales menores y rebajados. Toda su estructura estaba realizada en sillares de granito.

Hoy lo vemos desprovisto de todo su revestimiento de placas de mármol y de las inscripciones que a buen seguro lució. Sólo restan las molduras de los arranques de las pilas. En él concluía el eje que segmentaba la ciudad de sur a norte, el kardo maximo, del que podemos ver algunas losas, y en él se iniciaba el enlosado de la plaza pública del foro. Como curiosidad, podemos aún ver en el suelo los goznes de las puertas que cerraban esta monumental puerta. 


 





 

 

 

 

 

ASAMBLEA DE EXTREMADURA.


 





 

 

 

 

 

PLAZA DE ESPAÑA.

Desde su ordenamiento como tal, en época de los Reyes Católicos, la plaza ha sido lugar de mercado y donde se hallaban los pilares o fuentes de agua corriente. Sirvió igualmente como estrado para funciones teatrales, coso para corridas de toros a la jineta, marco de ajusticiamientos, mascaradas, luminarias, juegos de cañas y procesiones. Aquí recibía el pueblo a los monarcas y miembros de su familia en sus regias visitas, aquí también se proclamaba fidelidad a un rey cuando subían al trono o se cumplía con el duelo cuando fallecía. En esta gran plaza de traza rectangular fueron añadiéndose los edificios del poder desde inicios de la Edad Moderna hasta hoy.

De la fisonomía actual de la propia plaza destaca la presencia, en su centro, de una fuente neobarroca de mármol de finales del XIX, obra del taller lisboeta de Germano José do Salles. De un gran estanque circular emerge un pedestal con amorcillos que, montados sobre delfines, van haciendo sonar unas cornucopias. Sobre este pedestal asientan sendos estanquecillos a modo de bandejas circulares, profusamente decorados con motivos vegetales. El conjunto remata en un capitel corintio.

Los soportales que se conservan, y que circundaban todo el recinto, son fruto de varias reformas. En sus diferentes fachadas se encuentran El Palacio de Los Mendoza, La Casa de Los Pacheco, El Círculo Emeritense, La Casa Consistorial, El Palacio de La China y en una esquina la Concatedral de Santa María. 


 


 

 

 

 

 

 

PUENTE ROMANO.

El nombre en época romana del río que vemos era el de Anas, al que se le añadió posteriormente el prefijo árabe Guad, que significa río. Pues bien, este río tiene un puente, o “la puente”, como decían los antiguos, uno de los más largos de la antigüedad. Es la obra que da sentido a la existencia de esta ciudad y, por su valor estratégico, un elemento crucial para el comercio y para todas las guerras que han tenido como escenario al occidente de la península.

El puente, obra de tiempos de la fundación de la Colonia, está construido en su integridad de hormigón forrado de sillares de granito, está hoy compuesto por sesenta arcos de medio punto, tiene casi ochocientos metros de largo y doce metros de alto en los puntos más elevados. Los robustos pilares sobre los que se asientan estos arcos presentan tajamares redondeados aguas arriba en aquellos tramos que podían ser más castigados por la corriente. Además, las pilas de estos tramos están perforadas con arquillos a modo de aliviaderos, con el fin de reducir la resistencia a la corriente de una obra tan robusta como es la de este puente.

Hoy se nos muestra como una obra unitaria. Las batallas y las fuertes avenidas del Guadiana dieron al traste con alguno de sus tramos, constando restauraciones desde época visigoda hasta el siglo XIX, aunque las reconstrucción más importante es la llevada a cabo en el siglo XVII, en la cual se le añadieron cinco arcos en su tramo central y sendos descendederos que nos permiten acceder a la Isla. Sin embargo, en su estado original, estaba constituido en realidad por dos puentes, unidos en la Isla por un gigantesco tajamar que, a modo de cuña colosal, partía la corriente del Guadiana en dos. El tamaño de este tajamar era tal que, sobre él, se celebraba en tiempos de la Colonia romana un mercado de ganados. 







 

 

 

 

 

ALCAZABA ÁRABE.

Esta gran fortaleza fue erigida en la Mérida musulmana por el emir omeya Abderramán II en el 835 de nuestra era. El encargado de trazarla fue el arquitecto Abd Allah. Para ejecutar esta Alcazaba, la más antigua de la península, éste se inspiró en modelos bizantinos. La finalidad de ese recinto fortificado era múltiple: servir como sede de las dependencias administrativas omeyas y residencia del gobernador local, pero sobre todo fue el filtro de acceso a la ciudad desde el puente romano, el refugio de la minoría árabe durante las reiteradas algaradas locales contra el poder cordobés y la plaza donde se acantonaban tropas del emir, bien para sofocar las revueltas de los mozárabes meridíes, bien para efectuar incursiones de hostigamiento en los reinos cristianos del Norte.

Todo el perímetro de esta extensa alcazaba estaba rodeado por un gran foso, salvo el lateral que da al Guadiana. A tramos se van distribuyendo 25 torres macizas embutidas en la propia muralla. Las torres albarranas, es decir, que se alzan separadas del cuerpo principal de la fortaleza, se erigieron con posterioridad por la Orden de Santiago.

Sus muros, de 2,70 metros de anchura, nos muestran unos paramentos hechos a base de sillares y otros materiales reutilizados de épocas precedentes. El núcleo de estos muros es de cascajo, tierra y piezas de granito.

Accedemos a este conjunto a través de una brecha, antaño ocupada por un lienzo de muralla con una puerta de acceso y sendas torres flanqueándola. Era el cierre de un fortín de planta cuadrada en cuyo lienzo oriental se abre la puerta que da acceso a la ciudad y en el meridional la puerta de ingreso al recinto de la alcazaba. Sobre esta puerta se puede ver una réplica de la inscripción cúfica en la que consta la fecha de conclusión de este recinto.

En el patio de este fortín podemos ver restos arqueológicos de época romana: la calzada principal de la ciudad así como los cimientos de la muralla y de una puerta monumental con dos vanos y dos torres. Por cierto, se trata de la puerta que, desde hace siglos, es el blasón de esta ciudad en base a las representaciónes que, de ésta, se hicieron en algunas emisiones monetales de Augusta Emerita.

En el interior destaca la presencia de un aljibe, ejemplar único de la arqueología peninsular, ejecutado con piezas de arquitectura decorativa romanas y visigodas. Sobre éste se ubicó una mezquita, de la que se conserva su planta, luego convertida en iglesia. No se conserva el que fuera tercer piso de este conjunto, en el que quizá se ubicara una torre de señales.

Otras áreas excavadas de la fortaleza nos muestran restos previos a su construcción: un tramo perfectamente conservado de una calle romana, la misma que se prolonga en la Zona Arqueológica de Morerías. A esta calle da una vivienda romana urbana en la que se aprecian múltiples reformas. Por último, podemos ver un tramo de la muralla romana fundacional, a la que, como en el caso de la Zona Arqueológica de Morerías, se adosa un potente refuerzo de piezas de granito reutilizadas, refuerzo que parece obra ya del siglo V d.C. 




 


 

 

 

 

 

PRESIDENCIA DE LA JUNTA DE ANDALUCÍA.



 






 

 

 

 

BASÍLICA DE SANTA EULALIA Y HORNITO.

Eulalia fue una niña emeritense martirizada en la ciudad durante las persecuciones ordenadas por el emperador Diocleciano entre el 303 y 305 d.C.

Con posterioridad fueron varios los poetas que ensalzaron a la Mártir, entre ellos Prudencio en su poemario “de las Coronas” o Peristephanon , del siglo IV o, en el siglo siguiente, el obispo local Hidacio. El túmulo que se hizo para recordar la memoria de Eulalia nos los describe Gregorio de Tours en su Libro en honor de los Mártires, ya en el siglo VI. Por último, una obra del siglo VII, Vidas y los Milagros de los Santos Padres de Mérida atribuida a un diácono llamado Paulo, es la que mejor refleja la devoción que desde los albores de la Edad Media tienen los emeritenses por su Patrona y, sobre todo, describe más fidedignamente el poder del obispado emeritense y la fastuosidad de sus edificios.. Es más, buena parte de lo descrito en ese libro (la basílica y la escuela de niños y el monasterio unidos a ella), cuyas ruinas subyacen bajo el templo románico tardío que admiramos, ha sido confirmado por los hallazgos que proporcionaron las excavaciones arqueológicas realizadas entre 1990 y 1992.

Antes de erigirse aquí un cementerio cristiano a fines del siglo III, este espacio estuvo ocupado por una serie de mansiones suburbanas, de las que quedan restos, como es el caso una pileta con todo el utillaje de tocador. La presencia del monumento en honor a Eulalia, cuyos cimientos podemos ver hoy bajo la cabecera de la basílica, acarreó que los cristianos quisieran enterrarse cerca de ésta hasta bien entrado el siglo XIX. Por eso las estructuras que vemos en la cripta presentan ese aspecto tan caótico. Añadamos a todo ello que, en el siglo IX, los árabes construyeron aquí norias y otras instalaciones agropecuarias, lo que demuestra que, para entonces, la basílica estaba en ruinas. Sin embargo, buena parte de la cabecera de la iglesia del siglo XIII es visigoda. Por el contrario, sólo se conservan los cimientos de sus tres grandes naves y de las dos torres que flanqueaban la cabecera del templo.

Aquí podemos observar un muestrario de sepulturas de épocas bien distintas. Así mausoleos tardoromanos de considerables dimensiones, como el que está redecorado con pinturas del siglo XVI que representan estaciones del Calvario, a San Juan, Santa Ana y San Martín. O el sepulcro sellado por un mosaico en el que se representaba al difunto de pié entre cortinajes. Sepulcros de época visigoda sellados con una losa sepulcral de mármol, como el del ilustre varón Gregorio, luego reutilizado para enterrar a Eleuterio y a Perpetua. Criptas funerarias como la de los obispos…así hasta llegar a tumbas de egregias familias locales del siglo XVI y XVII, como la de los Moscoso o los Mejía.

Al lado de la basílica de sitúa 'El Humilladero', un pedestal de mármol levantado sobre un graderío y en el que, a su vez, se apoya una columna que remata en una cruz. Realizado con limosnas del pueblo, simboliza la columna en la que la Mártir fue azotada durante su martirio e indicaba el lugar de los hechos.

HORNITO

En el acceso al atrio de la Basílica de Santa Eulalia vemos un edificio de reducidas dimensiones, se trata de un oratorio dedicado a Eulalia, conocido popularmente como “El Hornito”. Su pórtico está realizado con piezas de mármol extraídas a principios del siglo XVII de un lugar indeterminado de la ciudad. Todas ellas pertenecieron al Templo que la colonia Romana dedicó al Dios Marte.

Una inscripción en la zona frontal, que en origen fue de letras de bronce doradas, nos recuerda que el templo lo costeó Vetilla, mujer de Páculo. Si nos fijamos en la decoración de alguna de estas piezas arquitectónicas, quedaremos impresionados por la minuciosidad con la que fue esculpido un abigarrado conjunto de trofeos de guerra (corazas, cimeras, ruedas de carros, espadas…). Estos relieves, por su estilo, parecen haber sido ejecutados hacia la segunda mitad del siglo II d.C. 







 

 

 

 

 

GIMNASIO Y TERMAS ROMANAS.


 





 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

CIRCO ROMANO.

Es uno de los circos mejor conservados del Imperio y, también, uno de los más grandiosos. Sus dimensiones lo certifican, cuatrocientos tres metros de largo por noventa y seis y medio de anchura, al igual que su cabida, que pudo ser de hasta treinta mil espectadores. Edificado en tiempo de la dinastía Julio-Claudia tuvo varias ampliaciones y restauraciones, siendo la última constatada del siglo IV d.C. Lo que demuestra que este espectáculo aún tenía una masa ferviente entre los habitantes de la ciudad y sus alrededores en un momento tan tardío.

Se construyó fuera de las murallas de la ciudad, junto a la calzada a Toledo y Córdoba, aprovechando la suave pendiente que el cerro de San Albín presenta antes de llegar a orillas del Albarregas. Forma un valle artificial drenado por atarjeas que, en la antigüedad, evitaban que éste se inundase.

Su planta es la de un rectángulo uno de cuyos extremos, el sudoriental, concluye en semicírculo. En el se ubicaba la puerta por la que salían los aurigas vencedores (porta pompae). El extremo noroccidental, el más cercano al centro de interpretación de este monumento, era rectilíneo, con los ángulos redondeados. En él se ubicaban las jaulas de salida de los carros (carceres).

Los lados longitudinales estaban ocupados por las gradas, que debieron de estructurarse de igual manera que las del Teatro. Un podio separaba a éstas de la arena. En el eje de uno de esos lados se ubicaba la tribuna, desde donde disfrutaba del espectáculo su patrocinador; en el mismo sitio, pero en lado opuesto, se encontraba la tribuna de los jueces.

La arena estaba longitudinalmente recorrida en su centro por un muro sobreelevado, la spina. Los grandes huecos que podemos observar nos recuerdan que la spina del circo emeritense estuvo decorada con obeliscos y estatuas colosales. 







 

 

 

 

 

ANFITEATRO ROMANO.

Erigido en el 8 a.C. como atestiguan las inscripciones halladas en sus tribunas, el Anfiteatro sirvió de escenario para espectáculos muy populares: los juegos de gladiadores, las cacerías de fieras y la lucha entre animales salvajes en escenarios artifíciales que recreaban bosques, selvas con lagunas o desiertos, todo ello sobre las grandes tarimas de madera que formaban la arena. La cabida aproximada de este coso gigantesco era de entre quince y dieciséis mil espectadores.

Contiguo al Teatro, está separado de él por una calzada que circunda ambos edificios. Con más pobreza de medios, este edificio se alzó de manera similar a la del Teatro y, como aquel, es fruto de diversas fases. Para abaratar costes, parte del graderío se asentaba sobre cajas de fábrica rellenas de tierra fuertemente apisonada. Los paramentos eran de piedra del lugar bien desbastada. En ocasiones las tongadas de los paramentos se igualaban con verdugadas de ladrillo. En los arcos de los vanos de acceso, se utilizaban sillares presentando el característico almohadillado de época augustea.

La distribución del graderío era similar a la del Teatro, aunque hoy solo se conserva bien la cavea ima y algunos sectores de la cavea media. En tres de los ejes de la elipse podemos apreciar la existencia de cuatro puertas monumentales que, desde el exterior, y a través de amplios corredores, dos de ellos escalonados, desembocaban en la arena.

En distintos tramos de cada corredor se abrían puertas que, por medio de escaleras, daban acceso al graderío. Sobre la puerta del eje menor occidental se ubicaba la tribuna de los magistrados, que no se conserva. Frente a este, en el eje oriental, se ubicaba la tribuna, que se conserva parcialmente restaurada, donde disfrutaban del espectáculo las personas que lo costeaban. A través de unas pequeñas escaleras los patrocinadores accedían a la arena.

El graderío se separaba de la arena por medio de un podio de granito, que estuvo guarnecido con losas de mármol, como demuestra la presencia de los agujeros de anclaje en los sillares del podio. Sobre esto, existió una barrera hecha con sillares de granito. En la cara que daba a la arena, estos sillares lucían pinturas alusivas a los juegos gladiatorios y a los paisajes en los que se desarrollaban.

Flanqueando las puertas de los ejes mayores, hay una serie de estancias que, o bien se usaron a modo de jaula para las fieras como de estancias donde se preparaban los gladiadores.

En la arena se aprecia la presencia de un gran foso. En él se asentaban los pilares de madera que sostenían las tarimas y, bajo las cuales, se ocultaban todos los ingenios necesarios para el desarrollo de unos espectáculos tan complejos. 







 

 

 

 

 

TEATRO ROMANO.

El Teatro se construye bajo el patrocinio de Agripa, yerno de Augusto, a caballo entre los años 16 y 15 a.C., cuando la Colonia fue promovida como capital provincial de la Lusitania. Al igual que el edificio contiguo del Anfiteatro, el Teatro se edificó parcialmente en la ladera de un cerro, lo que abarató sustancialmente los costes de su fábrica. El resto se erigió en obra de hormigón forrada de sillares.

Aunque los romanos no eran muy aficionados al teatro, una ciudad de prestigio no podía dejar de contar con un edificio para los juegos escénicos. El de Augusta Emerita fue especialmente generoso en su cabida: unos seis mil espectadores. Éstos se distribuían de abajo a arriba según su rango social en tres sectores de gradas, caveas summa, media e ima, separados por pasillos y barreras. A todas las gradas se accedía con facilidad desde escalerillas distribuidas de manera radial por las caveas. A través de pasillos se llegaba a las puertas de acceso o vomitorios.

La deteriorada grada superior o summa cavea era lo único que emergía del edificio antes del inicio de su excavación en 1910. Al quedar arruinadas desde antiguo las bóvedas de los accesos, sólo quedaban en pié los siete cuerpos de sus gradas, lo que dio lugar a que los emeritenses bautizaran a esas ruinas como las Siete Sillas.

La cavea ima, donde se acomodaban los caballeros de la ciudad, se modificó en época de Trajano, erigiendo en su centro un espacio sagrado rodeado de una baranda de mármol. Delante de la cavea ima vemos tres gradas más anchas y bajas, donde los magistrados y sacerdotes de la ciudad disfrutaban del espectáculo sentados en sillas móviles. Aquellos accedían a sus escaños desde las grandes puertas laterales ubicadas en ambos extremos. Sobre éstas puertas se hallaban las tribunas de los magistrados que costeaban el espectáculo.

El espacio semicircular donde se ubicaba el coro, la orchestra, luce un suelo mármol fruto de una reforma tardía. Tras la orchestra se eleva el muro del proscenio, de exedras circulares y rectangulares. Sobre él se desplegaba la escena. Originalmente era un entarimado de madera bajo el que se distribuían todos los artilugios de la tramoya.

La escena se cierra con un muro de treinta metros de altura, el frons scaenae, estructurado en dos cuerpos de columnas entre la cuales podemos ver estatuas de emperadores divinizados y de dioses del mundo subterráneo. Todo se eleva sobre un podio decorado con ricos mármoles. En el frente escénico se encuentran tres vanos por los que accedían los actores al escenario. El central, la valva regia, remata en dintel sobre el que se asienta la estatua sedente de la diosa Ceres (o Livia, la mujer de Augusto, deificada). Desde la coronación del frente escénico pendería una marquesina de madera para mejorar la acústica del recinto, ya de por sí excelente.

Tras el muro del frente escénico se desarrolla un amplio jardín porticado cerrado por muros con hornacinas que fueron decoradas con estatuas de miembros de la familia imperial. En el eje de este pórtico, en línea con la valva regia y el espacio sagrado de la ima cavea, se halla la aula sacra, un pequeño espacio sagrado con una mesa de altar donde se honraba a la figura del divino Augusto.

Casa-Basílica del Teatro

En el extremo oeste del pórtico del Teatro podemos ver esta vivienda cuyo excavador, José Ramón Mélida, creyó que las estancias dotadas de ábsides con ventanas en sus cabeceras, formaban parte de una iglesia donde se reunía una de las primeras comunidades cristianas, de ahí que la denominase Casa-Basílica.

La entrada de la casa se encuentra al oeste y da a una calzada realizada con lastras de diorita, que discurre de este a oeste. Las fauces de la vivienda dan a una serie de estancias que se articulan en torno a un patio que estuvo porticado y en cuyo centro se aprecia aún los restos de un estanque. Algunas estancias conservan restos de mosaicos decorados con temas geométricos y de lazadas vegetales.

Al fondo del patio se encuentran las estancias absidadas, que invaden zonas que antes formaban parte del pórtico del Teatro. Las habitaciones debieron estar cubiertas con bóveda de cañón y, en los ábsides, rematarían en un casquete semiesférico. Las paredes, enlucidas con pinturas, en lo conservado están decoradas con imitaciones de incrustaciones de mármol en los zócalos y, en la zona del ábside, sobre pedestales, se conserva el tercio inferior de personajes, quizá unos sirvientes, vestidos con túnicas de colores y decoradas con brocados.

Salvo el suelo de la zona del ábside, que posiblemente estuvo enlosado con mármol, el resto de la estancia estuvo decorada con un mosaico en el que destaca la presencia de una crátera inscrita en un cuadrado. 







 

 

 

 

 

CASA DEL ANFITEATRO.

Esta zona arqueológica se encuentra fuera de las murallas de Augusta Emerita, en una zona donde cohabitaron viviendas con espacios funerarios e industriales. Engloba dos casas: la Casa de la Torre del Agua y la Casa del Anfiteatro, datadas a finales del s. I d.C., que pervivieron hasta el siglo III. Tras su abandono, a comienzos del siglo IV, sobre ellas se ubicó una necrópolis.

Una vez se accede al recinto, lo primero que se observa es una construcción de planta rectangular en cuyo interior se decantaban de impurezas las aguas que llegaban de la conducción hidráulica de San Lázaro, que también podemos ver. Desde esta torre, partían dos ramales, uno orientado hacia los cercanos edificios de espectáculo y otro hacia la zona central de la ciudad. Un tramo de este último podemos verlo en la cripta del Museo Nacional de Arte Romano.

De la Casa de la Torre del Agua poco es lo que se conserva, ya que quedó arruinada por el paso de un arroyo. Este arroyo era salvado por la conducción hidráulica de San Lázaro por un arco, cuya clave de granito está decorada con una cabeza de león.

La Casa del Anfiteatro es un complejo doméstico de gran extensión. Parte de él se articula en torno a un patio porticado de planta trapezoidal, ajardinado en su parte central, donde también existe un pozo y una fuente. Una de las habitaciones que da a este patio, posiblemente un comedor o triclinio, tiene un suelo de mosaico en cuyo emblema central se representan con realismo escenas de vendimia y de la pisa de la uva, así como a Venus acompañada de un Amorcillo. En el lado nororiental de esta zona de la casa se ubica la cocina y un conjunto termal.

Hacia el sudeste se articula otro grupo de habitaciones. Una de ellas, de considerables dimensiones, probablemente fuera un comedor, tiene un suelo de mosaico en el que se representa un nutrido y realista muestrario de fauna marina.

En el lado más próximo al Anfiteatro, podemos ver restos del mausoleo de Cayo Julio Succesianus, del siglo II pero modificado durante la centuria siguiente. En él apareció un dintel con la representación humanizada de los dos ríos que flanquean la ciudad: el Anas (Guadiana) y el Barraecca (Albarregas). 







 

 

 

 

 

CASA DEL MITREO.

Nos encontramos ante otra vivienda edificada a finales del siglo I e inicios del II d.C. fuera de las murallas de la ciudad, sin restricciones para su crecimiento. Sin duda, su extensión y la decoración de algunas de sus estancias denotan que sus propietarios fueron personajes de relevancia dentro de la sociedad emeritense, formados en la cultura helenística. Todo el conjunto está articulado en torno a tres patios. El primero de ellos, con acceso desde una escalera, es un atrio tetrástilo con un estanque para recogida de aguas, el impluvium. Parece que esta zona, como otras de la vivienda, tuvo un segundo piso, como se deduce de la presencia de algunos peldaños que aún se conservan. A este atrio dan varias salas, construidas como las del resto de la casa: zócalo de mampostería y el resto del alzado en tapial. Las paredes iban enlucidas y decoradas con pinturas. Una de esas habitaciones conserva el mosaico del Cosmos. En él se representa, con gran colorido y realismo, un abigarrado conjunto de figuras humanas que vienen a representar los distintos componentes del universo conocido, partiendo de los elementos terrenos y marinos hasta llegar a los celestes, pero todos girando alrededor de una figura primordial, la de la Eternidad (Aeternitas).

Desde el atrio se llega a un peristilo con un estanque. A su alrededor se articulan otras tantas dependencias. Girando al oeste, discurriendo por un pasillo que en uno de sus lados tuvo parterres ajardinados y unos hórreos, de los que quedan las huellas de los muretes que los soportaban, desembocamos en un gran peristilo ajardinado, rodeado por un canal, que se surtía del aljibe que podemos ver y que estaba ubicado bajo una enorme habitación. Al Sur podemos contemplar una estancia subterránea, en la que se quiso ver antaño un templo mitraico, pero que, en realidad, es una habitación subterránea donde los propietarios de la vivienda evitaban los rigores del estío.

Al este, algo apartado de la vivienda, se encuentra un conjunto termal, del que se conservan las arquerías de ladrillo (hypocausta) desde las que se irradiaba el calor procedente del horno para calefactar las bañeras. El interior de su cubierta abovedada, que no se conserva, estuvo decorado con pinturas con motivos marinos. 







 

 

 

PLAZA DE TOROS.

En 1914 se inauguró esta Plaza de Toros en la que su arquitecto fusiónó la estética neomudejar con la arquitectura del hierro. Se eligieron unos terrenos en las proximidades del llamado Corralón de don Antonio Pacheco, en el llamado Cerro de San Albín.

La plaza de Mérida fue construida en obra fija y madera para sus localidades y fábrica en sus muros. Consta de tres pisos, que se abren al exterior con tres modelos diferentes de ventanas, en los que se reparten los tendidos, gradas y andanadas. Cuenta con un aforo de 8.700 localidades de asiento. 







 

 

 

 

 

TEMPLO DE DIANA.

Templo de Culto Imperial ubicado al fondo de una gran plaza que fue parcialmente nivelada, ya que se evidencian en algunas zonas restos de un criptopórtico. El templo, de planta rectangular, se alza sobre un alto podio de granito que concluye en molduras. Sobre él asienta la columnata cuyos tambores de granito estuvieron estucados y pintados. Esta columnata rodea todo el templo. Debió de erigirse aún bajo el poder de Augusto. Su estado de conservación excepcional se debe a que, durante siglos, el templo sirvió de cimiento y armazón del Palacio renacentista del Conde de los Corbos, del que se conservan aún algunas partes.


 





 

 

 

 

 

PUENTE LUSITANIA.

Inaugurado el 10 de diciembre de 1991, es obra del ingeniero y arquitecto Santiago Calatrava. Su estructura está compuesta por unas plataformas de hormigón que se suspenden, con tensones de acero, de un gran arco. En el centro existe una vía peatonal.

El puente nace de la necesidad de peatonalizar el antiguo puente romano que, desde muchas décadas atrás, venía soportando el tráfico de vehículos. Además se trata del primer puente en Mérida que se levanta no para unir la ciudad con el exterior, con otros núcleos, sino para fusionar elementos de la propia ciudad: la Mérida tradicional, donde se asienta el casco histórico, con la nueva ciudad que se desarrolla en la margen opuesta del río. 








 

 

 

 

 

ACUEDUCTO DE LOS MILAGROS.

Este colosal acueducto forma parte de una conducción hidráulica que traía aguas procedentes del pantano de Proserpina o Charca de la Albuera. Popularmente es conocida como “Los Milagros” por la admiración que causaba en lugareños y forasteros su estado de conservación a pesar de los avatares del tiempo. Y no es para menos, pues se conservan más de ochocientos metros de este acueducto, alguna de cuyas pilas de granito y ladrillo se alzan veintisiete metros por encima del terreno. Si observamos detenidamente el monumento nos daremos cuenta de un interesante detalle: el lugar por donde fluye el arroyo Albarregas se resalta en el acueducto con un bello arco de sillares de granito.

En el extremo norte, al iniciarse el pequeño valle del Arroyo Albarregas, la conducción contó con una piscina para depurar las aguas (piscina limaria) y que servía a la vez de fuente. Según la vaguada se pronuncia, la altura de las pilas y el número de arquerías aumenta; todo ello para que la conducción hidráulica quedara suspendida a la cota necesaria para que el agua fluyese hacia la ciudad.

Parece que se erigió en un momento cercano a la fundación de la Colonia, si bien son evidentes en este acueducto varias reformas posteriores. 





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